El eco de sus pasos era lo único que rompía el silencio de la Gran Biblioteca. Pasos lentos y acompasados de una única figura presente en esa bóveda el conocimiento. Llevaba en sus brazos algunos libros que habían sido dejados por los asistentes en las mesas de lectura y que ella tenía que dejar en su lugar.
La iluminación era poca, aunque la tarde ya estaba muriendo y las sombras se apoderaban de los rincones poco iluminados; pero a ella no le importaba mucho, en cierta forma le gustaba. El eco de los pasos y la poca iluminación producían una sensación de soledad que recordaba que ese lugar era una biblioteca; donde el único ruido permitido eran los ya mencionados pasos, las hojas al ser volteadas y los susurros de los asistentes, alzar la voz era tan agraviante como gritar en un templo, pero precisamente eso es una biblioteca; un templo del saber. Eruditos, estudiantes, magos y alquimistas acudían para satisfacer sus necesidades de conocimiento; ya sea para consultar algún libro que les aclarara alguna duda o para adquirir más conocimiento. Las diferentes escuelas eran como facciones, cada una tenía su propia rivalidad, pero la biblioteca era territorio neutral, nadie debía causar problemas y sí alguien se atrevía a romper esa regla no escrita entonces encararían las consecuencias; ser reprimidos enfrente de todos y prohibirles el acceso durante algunos días, podría parecer un castigo ligero, pero para aquellos que se enorgullecían de ser estudiantes de una u otra rama del saber arcano, el hecho de ser vedados de la Gran Biblioteca era una causa de gran vergüenza.
Ella era la Bibliotecaria y ha servido en la Gran Biblioteca desde que tenía memoria; no sabe quién la creó, y si en verdad fue hecha para ser bibliotecaria, pero ese detalle no le importa mucho, no tiene interés en indagar en su pasado ya que no opaca su presente. “Mi pasado es un misterio, pero mi vida está en este instante”, era una de sus frases favoritas. Era consciente de que no era humana; “autómata” le decían, o a veces “gólem” e incluso “homúnculo”. Estos últimos dos epítetos estaban descartados. Un gólem estaba hecho de arcilla y el homúnculo era un ser de carne y hueso, pero ella era de metal, y no de cualquier metal; no era de bronce como algún artilugio creado por los maquinistas. Pero si su persona era tan rara –extravagante dirían algunos-, ¿Por qué nadie la ha estudiado? Aunque esto significaría tener que desmantelarla parte por parte y estudiar cada trozo de ella, en otras palabras “matarla”. Pero nadie se atrevería a semejante cosa, ¿quitarle la “vida” a un organismo que ha existido desde que la Gran Biblioteca se fundó? Y eso fue hace más de cuatro siglos, y tal vez sea más antigua de lo que no se imagina. Aunque también existe otra razón; el edificio, los terrenos y todo lo que esté relacionado con la biblioteca está bajo administración del Consejo de Sabios, y ellos no permitirían que un autómata tan antiguo y tan lleno de conocimiento fuera dañado.
Había terminado su recorrido; todos los libros fueron regresados a sus estanterías correspondientes. Mientras caminaba por uno de los pasillos vio algo que le llamó la atención; a cobijo de la sombra y detrás de un pilar había dos personas en una actitud muy sospechosa. Un chico y una chica estaban muy juntos, demasiado juntos. Cuando ella se acercó un poco pudo ver de quienes se trataba; el manto azul oscuro con capucha denotaba a una maga, y el traje de tela gruesa además de un cinturón con herramientas y una gorra con gafas identificaba a un maquinista. A la Bibliotecaria le resultó extraña esta pareja dispareja; los magos y maquinistas se consideraban rivales así como los perros y gatos, pero estos chicos eran la excepción. Estaban realizando un ritual que la Bibliotecaria conocía pero que no le encontraba sentido; amor. La pareja se daba tiernos y ligeros besos ocultos tras un pilar, ajenos al mundo que los rodeaba e ignorantes de la presencia de otra persona, o ser. Quisieron seguir con su cortejo cuando una figura pasó a un lado de ellos e inmediatamente se separaron uno del otro como repelidos por una fuerza extraña.
-La Gran Biblioteca está a punto de cerrar –fueron las estoicas palabras de la Bibliotecaria.
Los jóvenes no respondieron, pero cada uno se fue por su lado.
Amor, ¿qué era el amor? Según una definición el amor era: sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. La Bibliotecaria entendía algunas palabras de esta cita: “reciprocidad”, “unión”, “alegría”. Debido a su condición no podía entender la atracción hacia otra persona, pero tal vez sí a un lugar; la Gran Biblioteca. Ella estaba unida a la biblioteca ya que siempre ha vivido ahí, esa era su vida; cuidar de los libros y observar que fueran utilizados le provocaba un sentimiento que ella identificaba con alegría y al mismo tiempo la biblioteca le daba atenciones igual de reciprocas; el silencio que lo dominaba todo la cubría como el abrazo de un amante, los libros ahí guardados le comunicaban infinidad de conocimientos acumulados desde tiempos inmemorables, y el reconocimiento delos demás por su labor le daba un sentimiento de satisfacción y responsabilidad. Todo esto era el “amor” para ella.
La noche había llegado y la Bibliotecaria la observaba por su ventana de su cuarto situado en algún lugar de la Gran Biblioteca. Otro día acabó y ella esperaría el inició del siguiente. Sentada en la soledad de su cuarto y rodeada de libros especialmente seleccionados por ella sentía que estaba en casa. Desde donde estaba se podía observar la ciudad con sus miles de luces como luciérnagas de verano y más allá el manto plateado del mar. Nunca se sintió sola ya que en lo profundo de su mente guarda los recuerdos de toda una vida al servicio del conocimiento y de los paisajes que ha visto, además de las personas que ha conocido. Tal vez algún día ella dejaría de funcionar, lo que podría considerarse como “morir”, pero hasta que ese día llegara la Bibliotecaria viviría sus días de la forma que mejor conoce y siempre serviría al resguardo del conocimiento.
Viendo el mar plateado y las dos lunas dibujarse en el horizonte, ella sintió que estaba enamorada de la vista de su cuarto.