lunes, 20 de abril de 2020

Tesoro


-Qué empinado está, espero no caerme, debo pisar con mucho cuidado… ¡ah!

El pequeño aventurero pisó una piedra suelta la cual se soltó de su sitio provocando que rodara varios metros abajo; aunque para su suerte en vez caer en el duro suelo fue a dar a una poza llena de agua; algunos animalillos huyeron debido al estrépito. El aventurero emergió del agua y observó a su alrededor. Al ser un lugar abandonado la naturaleza estaba en su máximo apogeo; las plantas silvestres estaban vestidas de su mejor verde, rojo, azul y otros tonos llamativos. E incluso cuando observó el agua donde había caído descubrió que era completamente cristalina; se podían ver las piedras y trozos de escombro del fondo. Pero lo que más se notaba era el profundo silencio que predominaba; solamente roto gentilmente por el viento que soplaba y hacia susurrar a las hojas de las plantas. Todo el lugar era un remanso de paz y tranquilidad. Escuchó un zumbido a su izquierda y vio a un colibrí laridae que volaba de flor en flor alimentándose; los colibríes laridae se diferenciaban de los normales porque tienen seis alas, cuatro ojos verdes y generalmente su plumaje es de tonos azules. El aventurero se quedó mirando un rato a la pequeña criatura voladora cuando está se acercó a una flor muy grande y al tratar de libar dentro de ella sus pétalos se cerraron en un santiamén atrapandola.

El aventurero se sorprendió un poco, pero sirvió para espabilarlo.

-Bien –dijo saliendo del agua-, basta de tontear, es hora de buscar tesoros.

Su nombre era Larkitun, aunque ese no era su nombre original; hace mucho tiempo era conocido como LAR-89657, cuando los antiguos humanos aún dominaban el planeta Xe-40. Por petición de su antiguo dueño LAR- 89657 fue diseñado para tener la apariencia de un niño de doce años; probablemente el humano quería ser padre sin tener que pasar por todos los preámbulos “humanos” requeridos para serlo.

Pero algo pasó que provocó que los humanos desaparecieran del planeta, ¿qué fue? no se sabía muy bien, solo que su desaparición significó la libertad de muchas de sus creaciones, desde los androides como Larkitun hasta los homo-feralis, seres con apariencia humana pero rasgos de animales. Desde entonces la sociedad se reorganizó de forma muy similar a la humana; había oficios, entre ellos el de “cazador de tesoros”, aunque esta profesión no era muy bien vista por los demás y en ciertas circunstancias podría ser clasificado como ser un simple ratero. Pero lo que nadie negaba era que los humanos dejaron muchos edificios que se habían convertido en ruinas y que bien valía la pena explorarlas en busca de algo valioso.

Al inicio de semana Larkitun habían decidido ir más lejos de las zonas acostumbradas por los cazadores de tesoros; quería evitar a la competencia además de que podría encontrar objetos que si resultaban raros y útiles bien podrían valerle una fortuna.

Viajó más de seis horas a una zona que se veía prometedora; al parecer antiguamente fue un complejo de edificios dedicado a la investigación científica. Ya fuera por superstición o solamente desinterés muchos de sus competidores pasaban por alto este sitio, pero Larkitun era más oportunista. “La fortuna sonríe a los valientes” era una de sus frases, aunque a veces, por seguir ese credo personal le había valido algunos intercambios de golpes e incluso de disparos al tratar de aprovecharse de la situación. Esta vez esperaba que fuera diferente ya que no había nadie más que él.

Después de caminar varios metros, meter sus narices en lugares abandonados e incluso estar a punto de sufrir accidentes graves no había encontrado nada. Por eso estaba en la situación antes descrita; al fondo de una poza y mojado, pero con los ánimos intactos.

-Sigamos –se dijo así mismo mientras se acomodaba su mochila a la espalda-, ya encontraremos algo.

Se alejó de la poza y se internó en las ruinas. Miraba a todas partes tratando de ver algo que le llamara la atención, aunque solo lograba ver vegetación; al parecer la naturaleza estaba recuperando el terreno que los humanos le habían quitado.

Larkitun había entrado en una sala amplia, o lo que quedaba de ella; estaba revisando un objeto que parecía ser un aparato de laboratorio, pero concluyó que solo era un trozo de chatarra.

-Está roto –dijo arrojándolo con desdén.

Miró a su alrededor y no vio algo más interesante. Los aparatos de la sala estaban inservibles. La maleza ya habín invadido todo, tal vez en unos años más acabaría por cubrir y borrar rastro alguno del laboratorio. Larkitun dio media vuelta dispuesto a irse cuando notó algo; muy cerca de él había cuatro pares de ojos de vivos colores que lo observaban con mucho interés, como cuando ven al próximo almuerzo del portador de esos ojos.

-Soy un idiota –dijo Larkitun al darse cuenta que lo estaban acechando.

Era un perro guto; aunque por su aspecto no tenía apariencia de tal . Parecía una iguana muy grande, con ocho ojos que brillaban de varios colores y unas mandíbulas dobles llenas de dientes muy afilados; contando que tenía seis patas y ocho dedos en cada una.

Dicha criatura tenía abierta la boca y su lengua se movía en varias direcciones para percibir el aroma del ambiente. Larkitun se le quedo viendo mientras lentamente llevaba su mano a su arma de pulsos.

“Espero que se vaya sin hacerme caso” –pensó esperanzado el pequeño androide.

Pero para su desgracia el “perro” abrió la boca mientras emitía un extraño aullido. Larkitun desenfundó su rifle y le apuntó pero el animal fue más rápido y se lanzó contra él. El aventurero logró hacerse a un lado y esquivar el ataque pero mejor decidió salir corriendo esperando ganar terreno y así tener una mejor oportunidad para apuntar.

-¡Yo estoy hecho de metal y polímeros, no soy de carne, animal estúpido! –gritó el aventurero.

Los perros guto eran conocidos por perseguir y matar todo lo que se moviera, aunque no lo pudieran comer, solamente sus instintos eran los que mandaban.

El androide corría tan rápido como le era posible; era más veloz que un humano pero no lo suficiente como para dejar atrás al perro guto; la criatura corría de forma ágil. Gracias a sus seis patas y largos dedos no solamente podía correr por el suelo, a veces continuaba la persecución saltando al techo o hacia las paredes, lo hacía con increíble velocidad y sin perder el ritmo.

Después de correr cierto tiempo Larkitun se dio cuenta que ya no era perseguido y bajó el ritmo un poco, pero repentinamente su perseguidor apareció frente a él saliendo de un cuarto contiguo, abriendo la boca y aullando. El aventurero le apuntó con su rifle pero antes de que pudiera disparar la criatura se abalanzó contra él y por el impulso los dos cayeron del pasillo donde estaban y se precipitaron al fondo de un agujero.

Ambos cayeron sobre una superficie dura, rebotaron y cayeron unos metros más abajo. Larkitun cayó sobre otra superficie dura donde rebotó y por último fue a dar en un charco poco profundo y lleno de agua sucia.

El perro guto se había dado un buen golpe, pero a esos animales una caída de más de diez metros a duras penas y les hacía mella. La criatura se levantó un poco aturdida y se sacudió como si fuera un verdadero perro. Abrió la boca y sacó su larga y babosa lengua que movía frenéticamente tratando de atrapar partículas del aroma de su presa. De pronto escuchó un crujido; metió su lengua, cerró la boca y escuchó atentamente.

-Oye, imbécil –dijo una voz.

El perro guto dirigió su vista de dónde provenía y cuando reconoció a su presa abrió la boca y una vez más se dispuso a abalanzarse contra ella cuando recibió un disparo en su cabeza. Larkitun aun tenía su rifle de pulsos que a pesar de la caída estaba intacto. Sin más preámbulos apretó el gatillo. El primer disparo dio en uno de los pares de ojos del perro guto, el otro en la boca y varios dientes salieron volando además de algunos trozos de la lengua. Así el androide siguió disparando mientras la criatura se movía espasmódicamente a cada impacto hasta que cayó al suelo con la cara destrozada chorreando un líquido verduzco y nauseabundo.

Larkitun se relajó y revisó su cuerpo. Parte de su ropa estaba manchada por el agua sucia, sus ropas algo rasgadas; pero afortunadamente su cuerpo robótico no había sufrido daño alguno. El aventurero hizo algo parecido a un suspiro y se alejó del sitio donde había dado fin a su depredador.

Estaba caminando por un pasillo más oscuro y donde la vegetación tardaría en llegar. Muchas puertas aún estaban en su sitio, Larkitun quiso mover algunas, unas cedieron y otras no; las que si le permitieron el paso solamente mostraban cuartos llenos de diferentes objetos que podrían valer algo.

El pequeño androide cargaba en su mochila varios de sus descubrimientos; algunos eran dispositivos que aun funcionaban y que se venderían bien en el mercado de baratijas. Larkitun estaba feliz y muy animado.

-Muy bien –se decía a sí mismo-, me quedaré unos días más, podré encontrar más cosas valiosas, ¡tal vez hasta un motor de energía nucleotida! ¡Oh! Eso sí que será un gran descubrimiento.

Mientras se imaginaba todas las cosas que podría encontrar pasó frente a una puerta que le llamó la atención. Larkitun se detuvo y la observó detenidamente, se dio cuenta que aun funcionaba, en otras palabras su mecanismo de apertura aún era alimentado con energía eléctrica; varias luces en la superficie le daban la prueba de esto.

El cazador de tesoros dejó en el suelo su bolsa y alistando su arma se acercó a la puerta, tocó el botón de apertura y con un ligero chirrido la puerta se deslizó permitiéndole el paso; Larkitun entró lentamente sin dejar de apuntar. El cuarto estaba oscuro, mucho más que el pasillo, pero después de unos momentos súbitamente las luces del techo se encendieron aunque algunas lámparas se fundieron sacando chispas. Diferentes máquinas yacían empotradas en las paredes, todas ellas con luces indicando que estaban encendidas y funcionando. En medio de la sala había una máquina que era más extraña que las demás; era de forma cilíndrica y de sus extremos salían varios cables de diferentes grosores. El aventurero se acercó y observó detenidamente al cilindro, incluso lo golpeó con los nudillos y le pareció escuchar que contenía algo.

Después observó toda la sala y sintió una extraña alegría desbordante.

-Vaya –dijo Larkitun asombrado-, creo que me saqué la lotería, ¡seré rico!

De repente un monitor se encendió asustándolo. Larkitun le apuntó y esperó alguna reacción agresiva, pero nada pasó. Esperó unos segundos más pero al ver que no sucedía nada se tranquilizó y se quedó quieto. Miraba atentamente a la pantalla la cual mostraba diferentes caracteres; por un momento Larkitun no le prestó atención. “¿Y si tiene alguna información valiosa?” pensó repentinamente. Esperanzado por esta idea se acercó a la pantalla táctil y comenzó a pulsarla.

Estaba navegando por los diferentes archivos que tenía, aunque no eran de interés, solamente chequeos de rutina que la misma máquina hacía sobre el sistema.

-Interesante, esta cosa ha estado funcionando desde hace más de cien años –dijo mientras leía unos registros.

De repente llegó a un menú de opciones; todas ellas tenían que ver acerca de un sistema de soporte de vida. Larkitun eligió uno.

Estado del organismo contenido en el tanque… estable y con vida, listo para el nacimiento.

-¿Listo para el nacimiento? –dijo Larkitun confundido al leer el mensaje-, ¿eso qué quiere decir?

¿Desea terminar con el soporte de vida e ini4#$$$&/

-Parece que la información esta corrompida –dijo el aventurero al leer este nuevo mensaje.

Debajo del mensaje había dos opciones, pero por el mismo error no se podían distinguir lo que significaban. Larkitun solamente eligió una solo para ver que sucedía y de repente escuchó un sonido detrás de él; cuando se dio vuelta descubrió que el cilindro ya no tenía cobertura y ahora mostraba un tanque lleno de líquido y dentro flotaba un feto humano completamente desarrollado.

Larkitun estaba muy sorprendido; creyó que encontraría objetos para vender y nunca se imaginó que encontraría un bebé humano. Seguía observando el cilindro cuando el líquido comenzó a descender poco a poco siendo drenado por algún mecanismo. Cuando algunos cables se rompieron chorrearon este líquido provocando que el nivel bajara más rápido hasta que el feto quedó sobre la dura superficie. El cristal descendió ocultándose en la estructura de la máquina dejando ahora al recién nacido al alcance de quien fuera.

Larkitun estaba de vuelta en su nave, sentado frente a una mesa donde un bebé humano se movía. El androide cazador de tesoros estaba pasmado y muy confundido.

-¿Qué haré ahora? -dijo mientras observaba al bebé.

Estaba pensando en todas las opciones que tenía, las cuales eran muchas. Probablemente podría sacarle provecho alguno. Nunca faltaría el tipo que le daría una buena cantidad de dinero por un bebé humano. Al estar extintos sus congéneres lo hacía muy valioso por su rareza. Pensaba en todo el provecho que le podría sacar cuando tuvo una idea.

-Me lo quedaré –dijo al fin.

Claro que habría muchos compradores, pero ¿qué sería de él? No faltaría el tipo que probablemente lo mataría para meter su cadáver en un contenedor y lo exhibiría de forma morbosa; si se lo vendía a algún homo-feralis tal vez se lo comería o lo haría su mascota. Así que Larkitun tomo una decisión que lo seguiría de por vida.

En algún lugar de Xe-40 Larkitun estaba en medio de un desierto reparando su nave.

-Tenía que ser el convertidor del propulsor izquierdo, esta cosa nunca ha quedado bien –dijo mientras trabajaba uno de los motores.

Había pasado mucho tiempo desde su aventura en el complejo de investigaciones. Obtuvo ganancias modestas con la venta de los diferentes objetos que encontró, y desde entonces ha mantenido su estilo de vida; seguía siendo un cazador de tesoros, yendo a donde fuera que existieran ruinas sin explorar en busca de fama y fortuna.

-Maldición, ¡oye Vega! ¡Tráeme la llave de supresión que está en la repisa arriba de mí litera!

Y hasta ahora esta forma de ganarse la vida seguía dando resultados, siempre tenía dinero y la fortuna no le había fallado.

-¡Vega! ¿Me escuchas?

Aunque después de diez años no se podía decir que las cosas seguían exactamente iguales, no después de ese día.

Vega apareció por una de las escotillas de la nave llevando lo que Larkitun le había pedido. Ahora era una niña de diez años de piel morena y cabello rubio, una extraña combinación genética. Sus ropas aunque no eran vistosas eran las adecuadas para la vida tan activa que llevaba junto a Larkitun; una camisa de manga larga azul sobre la que tenía un chaleco gris con muchos bolsillos, pantalones de tejido de grado militar y unos zapatos deportivos color rosa, esto y un broche en forma de flor de color morado eran los únicos adornos que tenía. Los estilistas eran muy raros en una sociedad como la de Xe-40, así que Larkitun era quien le hacia el corte de cabello, aunque esto significara que siempre lo tuviera corto y disparejo; “me hace ver feroz” decía Vega cuando le preguntaba por tan feo corte de cabello.

Una de las características de esa pequeña humana era que no podía hablar; no tenía desarrolladas las cuerdas vocales, pero eso no significaba que fuera muda.

-Ya voy, estaba revisando el radar por si algo aparecía mientras tú estabas tonteando aquí afuera.

-¿Y qué diablos puede aparecer aquí en medio de la nada? Solo polvo y esas salamandras que nadan en la arena.

-Como siempre eres tan descuidado, no sé porque tuve un padre como tú.

-No soy tu padre –le dijo Larkitun mientras le quitaba la herramienta y regresaba a su trabajo-, seré algo así como tú amo, y tú eres mi mascota.

-Lo que tú digas, androide enano.

Vega podía hablar en cierta forma, usando una extraña habilidad que le permitía comunicarse con la mente de los demás, aun en el cerebro artificial de un androide.

Los primeros años de su vida Larkitun tuvo muchos problemas para alimentarla y esconder a los ojos de los demás que era humana, pero con el tiempo tuvo éxito.

-Y ¿a dónde iremos cuando acabes? –preguntó Vega en la mente de su padre adoptivo mientras ella jugaba con la arena.

-Iremos a Varsala a comprar provisiones y obtener noticias de otro lugar que tengo en mente.

-Mientras no te pelees en otra cantina como la última vez –dijo la niña levantándose con las manos llenas de arena la cual soltó y vio como era arrastrada por el viento.

-¡JA! Mocosa, esa es la vida de un cazador de tesoros –le respondió Larkitun riendo, entonces repentinamente se puso serio y le preguntó-, ¿o no te gusta?

Vega había recogido un tornillo y jugueteaba con él, lo miraba atentamente mientras sus dedos recorrían la superficie dura.

-No me quejo de esta vida, se me hace mejor que otras que pude haber tenido –dijo Vega dándole el tornillo a su padre.

Larkitun terminó de hacer las reparaciones necesarias, cerró la compuerta del propulsor y recogió sus herramientas. Él y su rebelde hija adoptiva entraron en la nave.

-Necesito recargar mis baterías –dijo el androide dejando la caja de herramientas en el suelo-, estaré en modo de reposo durante un tiempo. Vega, toma los controles y fija curso a Varsala, cualquier cosa que suceda me despiertas.

-¡Sí patroncito! –dijo la niña mientras se dirigía a la cabina de mando.

Vega llegó junto a la silla del piloto, se sentó en ella y observó con alegría el tablero de mandos de la misma forma en que un niño observa los juguetes con los que va a jugar. Comenzó a accionar los botones que alimentan a las turbinas y cuando un indicador parpadeó anunciando que estaban listas Vega apretó otro botón y la nave se encendió por completo. Los mandos de control se desacoplaron de su lugar y la niña los tomó ansiosa. Con un pequeño tirón hizo que la nave se elevara provocando una ligera sacudida. En la parte izquierda del parabrisas apareció un mapa que indicaba la posición actual de la nave, Vega tecleó en tablero las coordenadas de Varsala e inmediatamente una flecha apareció en el mapa indicando la dirección que debía seguir.

-A Varsala- dijo Vega mientras ponía la nave en esa dirección.

Antes de entrar en modo reposo, Larkitun había observado toda esta operación. Desde el encendido de los sistemas de la nave hasta el despegue.

-Fue una buena inversión habérmela quedado hace diez años –dijo el androide sonriente.

La nave se alejó remontándose en el horizonte llevándose a esta pareja dispareja hacia una nueva aventura, o tal vez hacía otro tesoro.