jueves, 12 de noviembre de 2020

Forajidos



El tren viajaba a una velocidad imparable, más de quinientos kilómetros por hora, aunque esta velocidad era la normal, más si se trataba de un tren de levitación. Los blancos campos nevados eran atravesados tan rápido que ni se notaba que era una planicie, parecía que los tripulantes solo veían un lienzo en blanco que se desplazaba rápidamente.


Erlando era nuevo en la compañía, tan solo tenía seis meses de haber entrado; le prometieron un buen sueldo y un ascenso rápido, pero primero debía fungir como operario del tren bala cerca de cinco años. Se escuchaba fácil y tranquilo, para cualquiera que no estuviera al tanto de la situación mundial.


De las muchas colonias exo-planetarias que existían, NT-23 conocida como “Novo Europa” era un caso especial; se había independizado del Gobierno Terrestre, como muchas otras. Tenían la esperanza de ya no rendirle cuentas a la vieja Tierra y sus habitantes elegirían su propio destino. Durante un tiempo las cosas marcharon bien hasta que un evento que nadie pudo prever les cayó encima, un cambio climático masivo causado por un alejamiento del sol que era orbitado por NT-23. Todo el planeta se sumió en una edad de hielo perpetua que ya había durado cerca de cien años. Con el tiempo cualquier sueño de unidad y fraternidad entre las distintas ciudades coloniales se resquebrajó como el hielo frágil. Ahora solo existían ciudades-estado y cada quien velaba por sus propios intereses; si alguna ciudad pasaba por una necesidad las demás estaban dispuestas a ayudar, por un precio. 


Los principales medios de transporte aun disponibles eran mediante naves de carga o trenes; la navegación marítima era impensable, gran parte de los mares estaban congelados y las criaturas que los habitaban se habían hecho más agresivas, y grandes. 


El tren donde trabajaba Erlando ya no estaba lejos de su destino, la ciudad-estado Cirvac-40, de hecho ya solo faltaban unos cincuenta kilómetros, pero había un detalle; debían atravesar una llanura muy conocida por ser peligrosa, ya que no todos los trenes que entraban en ella lograban salir, al menos con su carga intacta. Pero si Erlando sabía de esto al parecer no le preocupaba en lo más mínimo, ya que estaba muy relajado, e incluso podía decirse que disfrutaba del viaje.


-Vaya, no sabía que así era esta ruta -dijo Erlando mirando por la ventanilla.


-Yo no sé porque estás tan relajado -dijo una voz de repente.


Un hombre con cara de pocos amigos apoyaba sus manos sobre una consola donde miraba atentamente una pantalla de radar. Tenía las cejas fruncidas mientras observaba la pantalla, las manos crispadas daban cuenta de que sentía un gran nerviosismo. Se llamaba Misar y a diferencia de Erlando no era su primera vez viajando en tren bala, ni viajando por la planicie que atravesaban en ese momento.


-¿Todo en orden? -dijo Erlando acercándose a su compañero.

 

-Hasta ahora sí -le contestó de forma cortante Misar.


-Oye, ¿y porqué tan nervioso? ¡Relájate!  El viaje será muy tranquilo.


A pesar de su nerviosismo, Misar dejó un momento la pantalla y encaró a ese tonto que se atrevía a contradecir su preocupación, que él consideraba muy justificada.


-Se ve que es tu primera vez en esta linea, ¿verdad, pequeño idiota? ¿No sabes que esta ruta es una de las más peligrosas porque es la más preferida por los asaltantes? ¿No sabes que de cada diez trenes ocho son atracados y sus tripulantes asesinados sin ningún miramiento? Pequeño imbécil, tenías que ser un novato.


-Oh, lo siento, no lo sabía.... -se disculpó Erlando.


-Pues ya lo sabes, ahora deja de comportarte como si fueras un turista y vigila bien los radares, porque yo tengo que ir a mear.


Misar se alejó a atender esa necesidad primaria dejando a Erlando al mando de los controles.


-¡Y lo digo en serio! ¡Vigila el radar, idiota! -alzó la voz Misar mientras se alejaba.


-Que genio -dijo Erlando mientras tomaba su lugar delante de los controles.


Mientras tanto, en otro sitio, ocurría otra escena relacionada con el tren, o que lo estaría dentro de unos minutos.


Una pequeña flota de vehículos levitadores estaban a la espera de una señal. Todos ellos reunidos en torno a uno más grande que tenía aspecto de tanque, porque en realidad eso era; alguien lo había encontrado abandonado pero fue restaurado y convertido en una nave de asalto rápido. Estaba tripulado por cuatro personas. Aunque ya no tenía parte de su blindaje aun conservaba el cañón principal que podía disparar cargas de energía capaces de volar en mil pedazos un vehículo grande. Estos vehículos eran tripulados por los “Chacales”, uno de tantos grupos de delincuentes que se dedicaban al asalto de transportes. Cuando el intento de unidad de todas las ciudades coloniales falló, no fueron pocos los individuos que se alejaron de las ciudades para buscar su propio camino, o porque eran gente “indeseables” para los estándares de las distintas sociedades formadas. Muchos de ellos se hicieron delincuentes, dedicándose a atracar los valiosos trenes de carga que transportaban distintos bienes.    


En el tanque, una chica se asomaba por la compuerta de la torreta mientras observaba con unos prismáticos hacia un punto en el horizonte. 


-Je, je, ya viene -dijo con agrado.


-Oye Prisca, ¿ya se asoma ese tren? ¡Tengo mucho frío! -exclamó alguien por la radio.


-Como eres llorón Vasko -respondió Prisca-, y sí, ya se acerca, ¡todos preparados!


-Solo espero que esos idiotas de Lugn y Sarn hayan hecho su trabajo -dijo alguien más por la radio.


-Ellos saben que si no colocan bien ese aparato yo misma les voy a cortar las bolas -dijo Prisca.


-Todos lo haremos, necesitamos esas provisiones para sobrevivir otra temporada.


Todos hablaban para pasar el rato, todos menos uno, que se mantenía a la expectativa. Esperaba la señal para salir disparado en su deslizador. 


Hace dos años que llegó al grupo de Prisca; lo habían encontrado solo y moribundo en las planicies. Aunque no hablaba mucho al menos sabían que provenía de la ciudad Cirvac-40; una nación-estado militarista que adiestra a sus ciudadanos desde la infancia a ser soldados. Durante todo el tiempo que había estado con ellos demostró que era valiente y arrojado a la hora de asaltar transportes, aunque muchos lo tildarían de suicida. Si es que tenía nombre nadie lo sabía, pero lo conocían como “Splinter” -Astilla en inglés-, y no faltaban los que decían que su apodo era estúpido, aunque Prisca creía que sonaba genial, ya que ella fue quien se lo puso.


De pronto a lo lejos les llegó el sonido de una explosión, y cuando Prisca usó sus binoculares para observar el tren se dio cuenta de que avanzaba más lento.


-¡Muy bien bola de tarados! -exclamó Prisca- ¡Es nuestra oportunidad! ¡El tren cayó en la trampa!


Todos comenzaron a gritar desaforadamente llenos de alegría y se lanzaron en persecución de su presa. Mientras tanto en el tren el caos había estallado. Misar entró corriendo a la sala de control, se veía que estaba muy alterado y el miedo se reflejaba en su cara.


-¿Qué sucedido? -preguntó con voz trémula.


-No sé -le respondió Erlando mientras observaba los controles-, de pronto ocurrió una explosión y la cabina del tren se sacudió, ¿crees que nos querían descarrilar?


Misar no le respondió, avanzó rápidamente hacia los controles y observó atentamente.


-El sistema de control de levitación fue dañado -dijo Misar-, el tren está bajando la velocidad.


-¿Quienes pudieron ser? -preguntó Erlando.


-Asaltantes.


Misar tecleó unos comandos en una consola y esperó.


-El sistema de defensa también fue dañado...no, solo fue deshabilitado.


Tecleó de nuevo otros mandos y después dijo un poco más calmado.


-Se está reiniciando de nuevo, ¡diez minutos!, le doy ese tiempo a esas ratas para que intenten detenernos.


A continuación se dirigió a un locker de donde sacó un arma. Erlando solamente observaba lo que hacia su compañero.


-¿En realidad son tan peligrosos? -preguntó.


-Depende de quienes sean -dijo Misar alistando su arma-, no todas las bandas son iguales, algunas solo se contentan con robar lo que transportamos, pero otras incluso matan a los miembros de la tripulación. Pero no importa, si quieren un trozo de mi, ¡les va a costar!


Mientras tanto la flota de Prisca ya estaba cerca del tren. Los vehículos más ligeros estaban a la vanguardia mientras que los más pesados iban detrás, para darles fuego de apoyo en caso de que el tren tuviera escoltas. 


-Muy bien piojosos -dijo Prisca por la radio-, solo tenemos poco tiempo antes de que las torretas se activen y nos echen a perder el día. Recuerden que tenemos en casa mucha gente que espera con ansias esas provisiones, ¡no podemos  fallar! ¡Adelante!


Los deslizadores ligeros comenzaron el asalto del tren. Debían situarse lo más cerca que pudieran de la puerta de la cabina, lanzar una bomba que debía adherirse a la cerradura, después explotaría volando la puerta y un grupo de tres entraría y obligaría a la tripulación a rendirse, en caso contrario sería eliminada.


Un deslizador hizo su intento. Se colocó lo más cerca posible del tren, a la altura de la puerta. Uno de los tripulantes asomó por una ventanilla portando un arma, apretó el gatillo y una bomba salió disparada, se adhirió a la puerta y estalló, pero no logró destruirla.


-¡Maldición! -exclamó el piloto del vehículo.


En ese instante la puerta se abrió y apareció Misar apuntando con su arma.


-Ya verán gusanos -exclamó furioso.


Comenzó a disparar aunque sus tiros solamente rebotaban en la superficie del deslizador. Una ventanilla del vehículo se abrió y por ella respondieron a los disparos de Misar, este tuvo que ocultarse dentro de la cabina, aunque la puntería de sus atacantes también dejaba mucho que desear.


-Acercame -dijo el chico que lo había intentado hace unos momentos.


-Debes eliminar a ese sujeto, o abordar será muy difícil -le dijo otro de sus compañeros.


-Tú acercame y yo haré el resto.


Mientras tanto un poco más lejos alguien hacia otro intento. Splinter se había alejado del grupo principal, y en vez de intentar asaltar la cabina él había optado por la parte media del tren. El chico tripulaba un deslizador más pequeño, para solo una persona, así que no había nadie que lo ayudara por si algo salia mal; muchos ya se lo habían dicho, pero solo contestaba “me gusta trabajar solo”. Sin embargo no era la primera vez que hacia esta maniobra sin la ayuda de nadie, y hasta ahora no le había pasado nada.


Con todo el cuidado del mundo de acercó al tren, el cual a pesar de que había reducido su velocidad no por eso iba lento, si el chico caía al suelo a esa velocidad -cercana a los doscientos kilómetros por hora-, moriría. Lentamente se acercó hasta que llegó cerca de una compuerta de carga y descarga, la observó detenidamente y sus ojos se fijaron en una parte de ella; justo arriba donde las dos hojas de la compuerta se abría, se podía ver una pequeña protuberancia. Splinter tomó un aparato que tenía forma de arma. Con una mano sostenía el timón de su vehículo y con la otra abrió la cabina, tomó el arma y apuntó, esperó unos momentos e hizo fuego. No hubo explosión o algo parecido, solamente un pequeño objeto muy parecido a una jeringa se clavó en la protuberancia. 


Splinter se mantuvo a la espera, mientras tanto sus compañeros tenían problemas. Misar había logrado averiar uno de lo motores del deslizador que intentaba acercarse a la cabina, uno de los chicos estaba herido y el piloto luchaba por mantener el control.


-¡Viejo loco! ¡Ya me las pagaras! -gritaba el muchacho herido mientras hacia presión en su brazo.


Prisca escuchaba todo por la radio, y se dio cuenta que algo estaba mal. 


-¡Oigan! ¿Qué sucede? -dijo por su radio.


-Le dieron a Sutz, y mi cacharro tiene problemas con el motor dos -le respondieron.


De pronto de la parte superior del vagón unas compuertas se abrieron y por ellas apareció una torreta,  giró y el cañón apuntó a la flota de asaltantes. La torreta se movía muy lento, tal vez el sistema que la controla todavía sufría los efectos de la trampa, pero pronto comenzaría a reaccionar.    


-Jefecita -dijo el piloto del tanque a Prisca-, las torretas se están activando, si esperamos más nos atacarán.


Una de las muchas cosas que Prisca odiaba de ser la jefa eran las decisiones; las torretas se habían activado muy pronto. Si esperaban más tiempo existía el enorme riesgo de perder a varios miembros de su grupo. Ella debía tomar una decisión.


-Retirémonos -dijo por la radio.


-¡Jefa! -le respondió alguien- ¡estamos muy cerca de lograrlo!


-Vámonos, las torretas se están activando -repitió la líder.


De muy mala gana el grupo de asaltantes comenzó a abandonar la persecución. El vehículo que resultó dañado se alejó rápidamente del tren mientras sus ocupantes maldecían.


-Una temporada más con la comida racionada -dijo Prisca.


-Por cierto, ¿donde diablos está Splinter? -dijo alguien por la radio.


La persona en cuestión de hecho ya estaba dentro del tren. La extraña jeringa que se había adherido al tren momentos antes, provocó una descarga que abrió la compuerta. Splinter se acercó a ella y saltó de su vehículo al interior de un vagón, su deslizador se alejó del tren con ayuda el piloto automático. Ya dentro miró atentamente a su alrededor, después desenfundó un arma y comenzó a caminar.


-Debe de estar por aquí -dijo mientras avanzaba.


Mientras tanto, en la cabina Misar festejaba la desgracia de los asaltantes.


-Eso les enseñara a esas ratas a no meterse con nosotros -dijo riendo y palmeando las manos.


-Vaya, eso fue emocionante -dijo Erlando.


-Si, esos malandros nos tomaron por sorpresa, pero se fueron con las manos vacías. Por cierto, ¿las torretas ya están desplegadas? 


-Ya, en este instante se desplegó la última. 


En el techo de los quince vagones que conformaban el tren, aparecieron las torretas automáticas, listas para dispararle a cualquier cosa que se acercara al transporte. 


-Aunque el tren vaya lento, con esas preciosas cuidándonos las espaldas seguro que llegamos -dijo Misar.


De pronto sonó una alarma en el tablero. Misar dejó de festejar y rápidamente se dirigió a ver que sucedía.


-Alguien está desacoplando los vagones -dijo con voz ahogada.


-¿Cómo? -dijo Erlando sorprendido-, pero para hacerlo se debe dar la orden desde aquí.


-¡Alguien está pirateando los sistemas desde el vagón tres!


Misar tomó de nuevo su arma y se lanzó por la puerta cuando esta se abrió.


Splinter estaba agachado mientras sostenía un pequeño aparato en una mano. Del dispositivo salían varios cables  que estaban conectados a un panel empotrado en la pared del vagón. En la pantalla del dispositivo se mostraban cifras que cambiaban rápidamente, y unos indicadores parpadeaban según un orden que solo Splinter conocía.


-El sistema de seguridad es un chiste -dijo con voz queda-, el “Viejo” no lo ha cambiado desde hace años, ¿y así maneja una compañía que se dedica al transporte?


-Splinter, ¿dónde estás? -sonó su radio.


-¿Jefa?


-Si, yo idiota, ¿quien más? -dijo Prisca, su tono de voz denotaba ira-, ¿donde diablos estas?


-Dentro del tren.


-¿¡Qué!?


-Esperen unos minutos, y tendremos esas provisiones.


-¡Oye, espera!


De pronto la puerta que comunicaba el vagón se abrió y apareció Misar. Por un momento se quedó confundido al ver a un mocoso de quince años, pero cuando vio su mano sosteniendo un dispositivo de pirateo se dio cuenta que era un intruso.


-¡Maldita rata ladrona! -exclamó furioso-, ¿acaso crees que puedes entrar a mi tren y hacer lo que te plazca? ¡Pero ya veras!


Le apuntó con su arma y colocó el dedo en el gatillo, pero antes de que pudiera accionarlo, sintió una sacudida y escuchó un ruido metálico extraño. Misar estaba confundido, pero notó que por alguna extraña razón comenzaba a alejarse del chico, entonces se dio cuenta que en realidad los vagones habían sido separados y los que estaban conectados a la cabina principal se alejaban rápidamente. Misar, furioso quiso disparar pero las puertas del vagón se cerraron, dejándolo burlado y furibundo. 


-Oye Prisca -dijo Spinter por la radio-, vengan todos, logré desconectar los vagones de carga, ¿te gusta el pollo entomatado en lata?


De quince vagones se desprendieron doce, pero eran los que importaban ya que contenían la carga principal. Los Chacales estaban reunidos alrededor de los vagones y descargaban su contenido de forma ruidosa. Todos reían, hacían bromas, gritaban al aire; hacían cualquier manifestación de alegría, por muy fachosa que pareciera.


-¡Muévanse! -decía Prisca mientras cargaba unas cajas-, debemos terminar antes de que los “sabuesos” de la ciudad lleguen.


-Tenemos suficiente comida como para tres meses...


-¡Y también cargaba licor! -anunció alegre una chica.


-¿¡Licor!? -exclamaron varios al unísono.


-¡Sí, y de buena calidad!


Todos rugieron de alegría, literalmente, y con más diligencia siguieron descargando los vagones.


Por lo general quien logra detener los trenes se le da un recompensa por su osadía, en este caso Splinter tuvo la oportunidad de escoger primero su botín. Había llenado tres cajas con los objetos que él consideró de buena calidad. Pero en ese instante estaba dentro de uno de los vagones ya vacío. Una de sus tantas excentricidades -además de casi no hablar- era que cuando asaltaban trenes de determinada compañía él acostumbraba a pintar un grafitti; tenía la forma de un oso de peluche, con los dientes puntiagudos y abriendo la boca como si estuviera gritando. Para muchos de sus compañeros se les hacia feo, porque en verdad dibujaba mal. “¿Porqué lo haces?” le preguntó alguien alguna vez, “es una señal, un anuncio para cierta persona de que estoy vivo, y de que no lo dejaré en paz nunca” respondió Splinter.


-Muy bien changos mugrosos -dijo Prisca cuando acabaron de vaciar los vagones-, ¡hora de regresar a casa!


Los Chacales encendieron sus motores y se alejaron dejando atrás los vagones vacíos, mientras todos vociferaban festejando su cacería.


Mientras tanto, lejos de ahí, en Cirvac-40 todo sucedía de forma normal, correcta, y disciplinada ya que eso era lo que se exigía de sus ciudadanos, una rígida disciplina. 


De todas las personas importantes de una sociedad militarista, existían los que resaltaban  por algún motivo en particular. Ya fuera por sus logros a favor del estado, o porque la actividad que desempeñaran fuera de gran importancia para la ciudad. De estos individuos estaban los industriales, los cuales debido a su posición no se les exigía mucho, salvo una completa lealtad a la Junta Militar gobernante y que fueran ciudadanos ejemplares. De entre ellos estaba el señor Numak. Con rango de coronel era uno de los empresarios más importantes de la ciudad-estado, era el único y completo dueño de la compañía de transportes. Sus trenes transportaban cargamento importante, ya fuera de importación y exportación. Si se quería obtener provisiones que no existían en Cirvac-40 su compañía las traía, si se quería llevar algo a otras ciudades estado sus trenes lo llevaban. Literalmente su compañía era la arteria yugular de la ciudad.


Pero como toda compañía la suya no estaba libre de problemas, en especial cuando sus transportes eran asaltados en las tierras salvajes. Mientras su ascensor subía por la gran torre que eran las oficinas el señor Numak no dejaba de pensar en todas las perdidas monetarias por los atracos. Cuando llegó al piso principal salió del elevador al pasillo donde ya era esperado por su asistente.


-Señor -dijo el sujeto haciendo una reverencia.


Numak pasó a su lado sin prestarle atención alguna. El asistente no le dio importancia a esta falta de amabilidad y se apresuró a seguir a su jefe.


-Los reportes han llegado, señor -dijo el hombre-, la carga que venía de Valum-25 llegó sin dificultad alguna. El transporte que llevaba material de uso militar ya salió hacia Karthuk-89 y está a mitad de viaje. Uno de los miembros de la Junta Militar lo citó a las 1500...


Mientras caminaban el asistente le mencionaba toda las citas, reportes y notificaciones que llegaron ese día. Numak caminaba sin decir ni una palabra, aunque eso no significaba que no prestara atención.


-Y ahora...


Numak notó el titubeo de su asistente, no era nada fuera de lo normal pero si le llamó la atención.


-¿Sí? ¿Qué más tienes que decir? No te quedes callado -dijo el hombre con voz aspera.


-Se trata del transporte que venía de Cilo-12, el que debía traer suministros...


-¿Que pasó con el? Continua hablando -exigió su jefe.


El asistente hizo acopio de sus fuerzas y encaró a ese rostro de cabello cano y mirada severa.


-Cuando transitaba la Zona 23 fue asaltado por ladrones, no detuvieron la locomotora pero lograron desenganchar doce de los quince vagones. Hace una hora llegaron los guardias a la zona del atraco pero solo los encontraron vacíos.


Numak escuchó atentamente, aunque no lo mostraba pero estaba furioso, era una perdida de casi cuarenta millones de créditos.


-Puedes irte -dijo con voz cortante.


-En su oficina está el reporte de los guardias, señor -dijo por último su nervioso asistente.


La puerta de su oficina se deslizó cuando el sensor detectó la presencia de Numak, él entró lentamente y lo primero que vio fue una carpeta con varios documentos.


Se tomó su tiempo mientras leía el reporte. Entonces llegó a una hoja de plástico transparente, la tocó y en el aire se proyectó un holograma que mostraba las imágenes tomadas por los investigadores. Las deslizó con su dedo cuando una le llamó la atención. Era de un feo grafitti  que representaba un oso abriendo la boca. Numak observó detenidamente esta imágen y en su rostro se dibujó una expresión de enojo mezclada con cierta nostalgia.


-Malditos forajidos -exclamó Numak molesto, mientras azotaba la hoja transparente en el escritorio.