lunes, 30 de agosto de 2021

Otro trabajo más.

 Eduardo caminaba presurosamente por una calle llena de basura. Hacía unos minutos que terminó de llover y habían quedado algunos charcos de agua; a veces  pisaba un por accidente y cuando eso pasaba maldecía por lo alto. Pero no tenía mucho tiempo para fijarse en pequeñeces, porque debía acudir a una cita de negocios. 


Los innumerables anuncios holográficos que saltaban de sus proyectores inundaban el ambiente nocturno, haciéndolo multicolor y a veces molesto. Aunque eran los suburbios de la ciudad, no se salvaban del bullicio de una urbe moderna a pesar de que estaban lejos del centro, más si era una ciudad del año 2060.


-Maldita sea -exclamó algo molesto -, porque este gordo idiota me llamó.


Hacía un día recibió una llamada del que se supone debería ser su ex jefe, ya que le pidió que lo dejara salir de su organización, pero por lo que se veía no lo dejaría ir tan fácil; él tan solo quería descansar un poco. 


Giró en una esquina y entró en un callejón vagamente iluminado. Basura, ratas y uno que otro vagabundo eran lo que encontraba a su paso. Después de caminar un rato llegó a la entrada de un edificio cuya puerta estaba custodiada por dos hombres. De lejos se veían normales, pero conforme se fue acercando pudo ver que sus cuerpos estaban llenos de implantes; los brazos de uno de ellos brillaban por los circuitos expuestos, una combinación de metal y músculo sintético que le daban una fuerza sobrehumana a su usuario. El otro solamente tenía un brazo modificado, pero por la forma de la modificación Eduardo creyó que guardaba cuchillas retráctiles en el antebrazo, las cuales salían al exterior mediante una orden de su usuario.


Cuando vieron que Eduardo se acercaban se le quedaron mirando, el hombre de las cuchillas lo observó atentamente, al parecer lo analizaba con un ojo modificado para albergar rayos X.


-¿Que quieres idiota? -rugió uno de ellos.


-El Jefe me llamó -respondió Eduardo sin asustarse.


-¿Con que sí eh? -dijo el hombre de los brazos modificados-, ¿No que te ibas a largar porque querías descansar? Maldito marica. 


-¿En serio vas a dejar que el jefe espere?, ya sabes que mister Joseph odia que lo hagan esperar


A pesar de lo rudos e intimidantes que pudieran verse, Eduardo no tenía tiempo para dos simples malandros. 


-Está bien enclenque -dijo uno de ellos-, el jefe te recibirá, parece que está de buen humor como para recibir a un perro callejero como tú.


Sin decir más Eduardo se dirigió a la puerta y la abrió cerrándola tras de sí. Ahora avanzaba por un pasillo bien iluminado, pero casi igual de sucio como el callejón. Subió por unas escaleras donde se encontró a otras personas; algunas fumaban, otros se drogaban. Por el sonido mitigado que le llegaba Eduardo se dio cuenta que el edificio también era una discoteca. 


Mientras subía los escalones se encontró con un sujeto; flaco y desaliñado, en su cuerpo se podían observar las distintas modificaciones que se había hecho. Observó que colocaba el extremo de un tubito de color morado en un orificio en su antebrazo, se escuchó un pequeño siseo y el líquido que contenía se introdujo en su cuerpo.


“Vertrex” pensó Eduardo, “y por su aspecto este sujeto ya es un adicto sin remedio”


No es que Eduardo fuera alguien tan sobrio, de vez en cuando también inhalaba alguna sustancia o fumaba hierba, pero trataba de mantenerse lo más limpio posible. Él sabía que los adictos eran presa fácil de cualquiera que quisiera usarlos y después desecharlos.


Llegó a una puerta que estaba custodiada por otros dos malandros, dio su nombre y lo dejaron pasar. Entró a una sala amplia y adornada con muchos lujos, aunque de muy mal gusto, dentro había cerca de siete hombres, todos ellos bien armados y sus cuerpos muy modificados.


En el fondo, sentado sobre un diván de terciopelo morado con motas negras estaba un hombre negro, de edad avanzada y calvo. El traje de plastitela que vestía de color rojo, junto con otros accesorios lo hacían ver como uno de esos chillones anuncios holográficos de los barios bajos.


-Ah -dijo cuando vio a Eduardo-, llegaste muchacho, ven acércate, que quiero hablar contigo. 

 

Eduardo avanzó, abriéndose paso entre los grupos de matones y llegó frente al jefe Joseph. Este lo vio con sus dos ojos prostéticos, los cuales eran unos sensores visuales de la más alta categoría, tal vez de fabricación japonesa, y que tenían forma de cruz.


-Vaya, vaya chico -dijo el jefe sonriente-, se ve que te ha ido bien.


Por el tono de voz tan condescendiente, Eduardo ya sospechaba de qué se trataba esta reunión.    


-Me he cuidado bien -respondió sencillamente Eduardo.


-Sí, sí, es lo que veo. Y la verdad que bueno que estés bien de salud porque te llamé para un trabajito -dijo Joseph con el mismo tono de voz.



-Jefe, usted me dio permiso para buscar trabajo en otro lado...


-Sí, lo sé -lo interrumpió Joseph-, y el gran Joseph siempre cumple su palabra, pero me salió un trabajo especial, y necesito a alguien igual de especial para esto. Vamos chico, hazme este trabajo y te dejaré libre, además que te pagaré bien.


Eduardo no tenía elección, no podía decir “no” porque su cuerpo iría a dar a un contenedor de basura, además que le extirparían todos los órganos internos que aún fueran orgánicos, ya que se vendían bien en el mercado negro.


Lejos de los suburbios y de la discoteca del jefe Joseph, y dos noches después Eduardo se encontraba en la azotea de un edificio de tres pisos. Miraba a través de unos binoculares hacia unos almacenes. Había cerca de cuatro camiones de transporte en fila, y estaban siendo cargados. Podía verse a decenas de empleados corriendo de acá para allá, varios de ellos usaban exo-esqueletos de carga para transportar pesadas cajas de metal. Alrededor del perímetro había cerca de cincuenta guardias de seguridad, todos ellos equipados con lo último en tecnología militar, desde los nuevos fusiles de asalto tipo “rail gun” -que usan energía electromagnética para disparar balas-, y armaduras de blindaje mediano.


-Sí como no -exclamó Eduardo molesto-, “será un trabajo fácil” mi trasero.


Pero Eduardo no estaba solo, estaba acompañado por algunos de los hombres del jefe Joseph, y uno  de ellos se le acercó.


-Vaya, esto será divertido, ¿cierto?


No volteó a verlo ya que reconoció la voz. Tenía un nombre propio pero era mejor conocido como “Splinter”.


-Esos tipos de ahí abajo no son matones cualesquiera -comentó Eduardo-, muy probablemente pertenecen a una agencia de mercenarios, y están bien equipados.


-Ah, eso no es nada -dijo Splinter desdeñoso-, nos hemos enfrentado a cosas peores,  ¿qué son cincuenta tipos contra un buen plan y astucia? 


Una de las cosas que Eduardo había aprendido era que nunca debía confiarse. No importa que tan bien preparado estuviera un plan, siempre había un margen de error.


-Bien, creo que están preparándose para irse -dijo Eduardo echando un vistazo con sus binoculares-, los empleados están cerrando los camiones y varios guardias están subiendo a sus transportes, dile a tu gente que se prepare. 


-¡Ey mugrosos! -gritó Splinter- ¡súbanse a sus transportes que ya es hora de trabajar!


“Maldito idiota no grites” pensó Eduardo molesto.


Los camiones encendieron sus motores y uno por uno salieron del perímetro de las bodegas. Casi inmediatamente otros vehículos más pequeños se unieron al grupo y comenzaron a escoltarlos. 


Para evitar llamar la atención transitarían por calles secundarias, siempre alejados de zonas residenciales. En un punto llegarían a la unión con la autopista R-56 la cual tomarían para llegar a su destino, un aeropuerto privado. 


La razón por la que tomaran tantas precauciones, era la misma por la que el grupo de Eduardo los iban a atacar; músculo sintético de nano-tejido. Alguien había robado las patentes del ejército y las vendió en el mercado negro, y hora todo mundo quería tener un trozo de esa tecnología, ya fuera para revenderla o aplicarla en su cuerpo. Proporcionaba al usuario una fuerza cuatro veces mayor que la de un humano normal, y confería habilidades igualmente asombrosas. Aunque como muchas cosas tenía sus altibajos; una de ellas era que la persona que usara ese tejido perdería para siempre sus músculos normales ya que debía reemplazarlos por los sintéticos, y corría el rumor de que a veces presentaba fallos irreversibles. 


La caravana avanzaba sin problema alguno, los pocos transeúntes que había en las calles sabían que debían ignorar un grupo de vehículos que se vieran sospechosos, más si estos están escoltados por gente muy armada.


Se habían alejado varias cuadras y estaban por llegar a la desviación de la autopista cuando llegaron a un cruce. El semáforo estaba en ALTO así que la caravana se detuvo, pero cuando el semáforo indicó SIGA frente a ellos se detuvo un pequeño camión que estalló violentamente impidiéndoles el paso. Atrás del último vehículo sucedió lo mismo, ocurrió una explosión. La caravana estaba bloqueada.


De los edificios a ambos lados de la calle comenzaron a disparar hacia la caravana. Además de los disparos se oyó una gritería como si se tratara de pájaros dementes.


-¡Hora de la fiesta muchachos! -gritó una voz.


Los hombres de Splinter disparaban sin cesar hacia los vehículos escolta, uno de ellos literalmente fue destrozado por los impactos de balas de alto calibre; sus ocupantes murieron sin poder defenderse. Del resto de vehículos salieron los mercenarios y se pusieron a cubierto devolviendo el fuego. Tenían armas más pesadas, entre ellas un lanza granadas el cual no dudaron en usar sin titubeos. Las ventanas volaban en mil pedazos debido a las municiones explosivas.


Eduardo estaba en su posición observando lo que pasaba, no tenía intención alguna de participar en el combate, y no estaba obligado a hacerlo; su tarea era más técnica. A pesar del buen armamento de los guardias muchos de ellos yacían muertos en el asfalto, con sus miembros desgarrados por las balas; era una extraña combinación de carne humana sangrante y material eléctrico.


-¡Vaya tropa de idiotas! -exclamó Splinter-, ¡y yo creía que eran profesionales! ¡Sigan disparando muchachos!


No era necesario que lo repitiera, sus hombres disparaban como si las municiones fueran gratuitas. Pero Eduardo seguía observando, mantenía su posición sabiendo que algo iba a ocurrir.


-Jefe ya acabamos aquí, ¿y si asaltamos el camión? -preguntó un malandro que tenía un visor en vez de ojos.


-¿Dónde esta ese maricón de Eduardo? ¿Acaso habrá escapado? -preguntó Splinter buscando a Eduardo.


-Atención mugrosos, dice el jefe Joseph que se pueden quedar con lo que contienen los camiones; partes biónicas de última generación y componentes para fabricar la más exquisita Zitrex -sonó una voz por un canal de radio usado por los maleantes.


-¿¡Oyeron eso!? -exclamó uno- ¡es todo nuestro!


-¡Zitrex! ¡Sí!


Y varios sujetos salieron del edificio y se lanzaron como una manada de hienas sobre su presa.


-¡Esperen estúpidos! ¡El jefe no ha dicho nada! -gritó Splinter.


Pero nadie le hizo caso, todos se abalanzaron como locos sobre los camiones. Justo cuando uno de ellos se acercó para abrir las puertas estas se abrieron de par en par y el pobre tipo fue destrozado por una ráfaga de balas. De la caja del camión salió una armadura de blindaje mediano, portando en cada brazo una ametralladora de balas de alto calibre.  


Inmediatamente la máquina comenzó a disparar a todo lo que se moviera. Las balas arrancaban partes del cuerpo, no importando que fueran implantes biónicos.


-Lo sospechaba -dijo Eduardo mientras observaba todo.


Los hombres regresaron dentro de los edificios buscando cobertura, pero las balas del robot lograban penetrar las paredes, la máquina podía observarlos gracias a su avanzada visión de rayos X.


-Ese desgraciado de Eduardo, ese maldito -dijo entre dientes Splinter mientras se cubría.


Eduardo por su parte corría en la calle paralelamente a la posición del robot. Usaba un sistema de distorsión de señales para evitar ser detectado, aunque no era completamente infalible. 


El robot dejó de disparar, su cabeza cuadrada comenzó a girar mientras sus sensores buscaban el área circundante. Entonces se fijó en un objeto que se escondía detrás de un automóvil, sus escáneres no podían identificar que era, la imagen que recibía era muy distorsionada. Repentinamente comenzaron a dispararle desde los edificios, interrumpió su búsqueda y regresó su atención hacia sus anteriores objetivos. Rápidamente Eduardo salió de su escondite y corrió hacia el robot, logró subirse a la parte trasera y usando una herramienta cortante voló la cubierta que daba acceso a los circuitos. Inmediatamente el robot comenzó a moverse de forma brusca, saltaba agitaba los brazos; hacia cualquier cosa por librarse del intruso.


Eduardo se agarraba con todas sus fuerzas para evitar caerse.


-¡Es una suerte que esta lata con patas no tenga manos prensiles! -exclamó mientras luchaba por sostenerse.


Splinter miraba como Eduardo luchaba por no caer. Ardía en ganas de seguir disparando y darle a ese idiota; él sabía que fue Eduardo quien arengo a sus hombres para que se abalanzaran sobre el camión. También estaba convencido de que Eduardo sabía que ese robot estaba dentro de uno de los camiones, y usó a los hombres de Splinter como carnada. Quería matarlo, pero si lo hacía no tendrían forma de acabar con la armadura móvil; el jefe les prohibió usar explosivos para que no dañaran el contenido de los transportes, y el maldito de Eduardo era el único que podía piratear sistemas avanzados.


Mientras tanto el objeto del odio de Splinter tenía controlada la situación. Había logrado conectarse al sistema del robot y estaba infiltrándose. Usando una consola portátil poco a poco desactivaba las funciones de la máquina; dejó de sacudir el cuerpo porque su sistema de movimiento ya no funcionaba, sus sensores se apagaron y le cortó la energía a los brazos; ya no podía apuntar y disparar, y por último dejó de funcionar por completo.


La máquina quedó inerte, con los pesados brazos de metal colgando. Alrededor todo era destrucción y muerte. Splinter perdió cerca de diez hombres,  aunque no era una gran perdida ya que solamente eran carne de cañón, podría conseguir más en los barrios bajos. Mientras tanto los sobrevivientes comenzaron a saquear los cadáveres de los mercenarios muertos, e incluso los de sus compañeros.


Eduardo se acercó al segundo camión y usando su pequeña consola portátil desactivó los seguros de las puertas. Dos de los hombres de Splinter las abrieron y todos pudieron observar su contenido; cientos de cilindros llenos de líquido preservativo, y flotando dentro de ellos se podían ver trozos de músculo. A primera vista parecían trozos de carne humana real, pero una extraña coloración azulada y placas de circuitos daban a entender que eran prótesis biónicas.


-Así que estos son los músculos de nano-tejido -dijo Eduardo mientras daba un vistazo.


-Dicen que estos te permiten romper paredes solo con los puños -comentó uno de los  hombres.


-Y que logran detener balas como si fueran blindaje pesado -dijo otro.


-¡Bien! -gritó Splinter- ¡Dejen de mironear y súbanse a los camiones! ¡Llévenlos a donde les dije! Y cuidado si uno de ustedes tiene la estúpida idea de robarse algo.


Mientras los demás se movilizaban Eduardo se subió a uno de los camiones, pero Splinter no dejaba de verlo con ojos chispeantes llenos de ira mientras el vehículo se alejaba.


Eran cerca de las tres de la madrugada cuando Eduardo subía de nuevo por las escaleras. El ruido de la discoteca había terminado pero aun había algunos trasnochados que seguían de fiesta. Sin mucha demora llegó a la puerta de entrada a la oficina del jefe Joseph, después de identificarse lo dejaron pasar. Dentro se encontraba el jefe junto a otros matones, entre ellos Splinter quien se levantó repentinamente y se acercó presuroso a Eduardo.


-Maldito desgraciado -le dijo acercando su cara hasta casi pegarla con la de él-, tú sabías de esa armadura, sabías que estaba dentro del camión ¡Y no nos dijiste nada!


-Sospechaba que había algo -dijo Eduardo tranquilo-, ¿acaso crees que un cargamento así no lo iban a proteger?


-¡Y aún así les dijiste a mis hombres que atacaran la caravana! -espetó Splinter completamente fuera de sí- ¡tu los engañaste con ese mensaje falso!


 -No sé de qué mensaje hablas -respondió Eduardo tranquilo-, yo solo les dije que el jefe quería los camiones intactos, además son tus hombres ¿recuerdas? Tú deberías tenerlos bajo control y evitar que hagan idioteces.


Splinter se preparó para soltarle un golpe a Eduardo, pero la voz del jefe lo detuvo.


-Suficiente ustedes dos -dijo el jefe Joseph-, después se dan de besos, que se acerque el chico porque quiero hablar con él.


Splinter se contuvo a duras penas, sabía que desobedecer al jefe le traería más problemas  de los necesarios.


Eduardo pasó a un lado del furioso Splinter y se acercó al jefe, tomó asiento en un sillón cercano, notó que Splinter se sentaba detrás de él.


-Bien, bien muchacho -comenzó a hablar el jefe en ese tono meloso-, todo salió a la perfección, logramos obtener esas excelentes prótesis; son de una calidad insuperable y se venderán muy bien, además de que planeo ponerme algunas.


-Bien jefe -dijo Eduardo algo ansioso-, veo que está contento.


-¡Contentísimo! -exclamó el jefe Joseph-, y ahora negociemos contigo.


-Pues como ya sabe, deseo salirme de la organización, quiero tomarme un buen descanso.


-Si, si, tu descanso, ya veo. Bueno es una lástima perder a alguien como tú, eres muy bueno pirateando sistemas, pero ya conseguiremos a alguien más.


Eduardo se sentía tranquilo, la conversación fluía tranquila y sin problema alguno, hasta que sintió que alguien le colocaba el cañón de una pistola en su nuca.


-¿Descansar dices? -dijo el jefe Joseph abandonando su tono meloso, y adoptando uno más áspero-, ¿acaso eres tonto? ¿Crees que te dejaría ir después de todo lo que has visto y hecho por mí?


-Soy lo suficientemente listo como para no contarle a nadie acerca de usted, o sus negocios -dijo Eduardo tratando de mantener la calma.


-¡Oh! Un acuerdo de confidencialidad, ¿eh? Pero que tonto


Y el jefe río muy divertido.


-Ahora me las pagaras por tu estúpida jugarreta -dijo Splinter mientras le apuntaba-, quedé mal ante el jefe y eso es algo que no voy a perdonar.


-Pero no te preocupes, claro que descansarás -siguió hablando el jefe-, pero antes debes darme algo a cambio, recuerda que si quieres algo de mí debes negociar primero.


-¿Y que es lo que desea jefe? -preguntó Eduardo.


El jefe lo observó directamente con esos ojos artificiales, dos pequeñas cruces que brillaban de color rojo.


-A pesar de que vivimos en una época donde los implantes están de moda, tu eres casi humano, solo una parte de tu cerebro es la que está modificada, por eso eres tan bueno en tu trabajo. Pero tus otros órganos están intactos, y se venderían muy bien en el mercado, ¡estás lleno de dinero!


El jefe soltó una carcajada, los demás hombres lo imitaron, solo Splinter seguía silencioso pero esa enorme sonrisa que mostraba unos dientes afilados daba a entender que compartía los sentimientos de su jefe.


-Bien, mátalo -dijo el jefe-, pero no destruyas el cerebro, lo vamos a necesitar.


Eduardo pensaba rápidamente, debía hacer algo si no quería que sus tripas terminaran en tubos de conservación. Entonces le llegó un mensaje por la neuro red. Sin previo aviso se tiró al suelo ante la sorpresa de los demás, y los cristales de las ventanas volaron en mil pedazos por una ráfaga de balas. Un grupo de soldados les disparaba desde el edifico contiguo. Los hombres quisieron responder al fuego pero fueron eliminados sin poder tomar sus armas siquiera. Splinter logró disparar pero su cabeza fue destrozada por un tiro de Eduardo, quien había tomado un arma del suelo. El jefe Joseph quedó sentado en su sillón, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, su elegante traje rojo ahora era más colorido por la sangre que le brotaba por los agujeros de bala, y uno de sus ojos artificiales había sido arrancado de la cuenca debido al impacto de un proyectil. Solo Eduardo estaba vivo tirado en el suelo.


Horas más tarde Eduardo caminaba por un pasillo bien iluminado. De vez en cuando se encontraba con otra personas que caminaban presurosas atendiendo sus propios asuntos. Igualmente que con el difunto jefe Joseph llegó frente a una puerta custodiada por dos hombres vestido de negro.


-Agente GT-56, alias “Eduardo”, daré mi reporte al director -dijo identificándose.


Los dos hombres no dijeron nada, solamente uno de ellos abrió la puerta permitiéndole el paso. Dentro de la habitación había un escritorio, y sentado frente a él un hombre viejo. Parecía un humano completamente, a excepción de una placa de plástico que le cubría parte del cuello, y porque una de sus manos era completamente robótica.


-Buenos días señor -dijo Eduardo respetuosamente. 


El hombre escribía algo en unas hojas de papel, una práctica que ya se estaba descontinuando, pero este sujeto no tenía intención alguna de abandonarla.


-Siéntate -fue la lacónica respuesta que recibió Eduardo.


Tomó asiento en una silla frente al escritorio y esperó a que le  dirigieran la palabra.


-Bien -dijo el anciano sin dejar de escribir-, la misión que se te encomendó fue un éxito, logramos eliminar a una de las bandas que tanto molestaban al ministro del interior.


-Pero perdimos a varios hombres durante el ataque al convoy -comentó Eduardo.


-Eran elementos sacrificables, mercenarios baratos de los que se encuentran en muchas partes -dijo el anciano sin inmutarse


Eduardo guardó silencio por el comentario de su jefe.


-El tal Joseph murió señor -mencionó Eduardo como disculpándose.


-Eso tampoco hay problema, extrajimos su dispositivo de memoria cerebral y de ahí obtendremos todos los datos necesarios.


-Me gustaría pedir un descanso.


El anciano dejó de escribir y colocó la hoja en una carpeta, estaba llena de un texto con una perfecta caligrafía.


-¿Cuanto quieres? -dijo el anciano.


-Dos semanas señor -respondió Eduardo.


-Te daré un mes, cuando regreses ya tendrás otra misión esperándote. Ahora dame tu reporte


Eduardo le entregó una tarjeta de memoria que contenía el reporte escrito, y él lo completó con sus propias palabras. 


Afuera el día ya despuntaba, y el sol iluminaba la urbe, robándole el espacio a los anuncios holográficos que aun seguían funcionando a pesar de que ya era de día. Hacia más de un año que “Eduardo” -cuyo verdadero nombre solo lo conocía el director- había entrado a esa organización. Trabajaba de forma independiente de las otras instituciones del estado y se ocupaba de eliminar a cualquier criminal lo suficientemente poderoso como para no pisar la cárcel. La misión de infiltrase en la banda de Joseph ya era su tercer misión, y la había llevado a cabo con éxito. Ahora descansaría como era debido durante un mes, ya que cuando regresara habría otro trabajo más esperándolo.