El gran cielo azul se extendía hasta donde la vista alcanzaba, de un color claro y perfecto irradiado por la luz del Sol que le daba un toque de belleza y vastedad que solo se podría apreciar estando a más altura de lo que llegan las montañas, y sin embargo alguien viajaba por ese cielo azul.
En ese mundo extraño la tierra y los mares no existían; las personas vivían en ciudades flotantes que se mantenían en el aire debido a complicados aparatos creados por el incansable ingenio del hombre, así que para viajar entre ciudades existían cosas como zepelins, barcos voladores y monturas mecánicas. Precisamente la persona que viajaba a través del cielo lo hacia sobre un caballo de metal; una máquina creada para correr en el suelo y volar por el aire. Por lo general no muchos usaban monturas para ir de un lugar a otro ya que en barco era más seguro y fácil, pero si se quería ir rápido ya sea para llegar pronto o entregar un mensaje que fuera urgente entonces se usaban las monturas voladoras, en especial si se era un mensajero como la persona en cuestión.
Una chica con gorro de piel grueso cubría su cabello pelirrojo, sus ojos estaban cubiertos con lentes que se podían polarizar para protegerlos del viento y del brillo del sol; vistiendo una armadura de un plástico resistente de color blanco y azul que le cubría la parte superior del cuerpo, las piernas estaban cubiertas de un pantalón de la misma coloración que la armadura mientras que en sus pies calzaba botas azules. Pertenecía a uno de los escuadrones de los Mensajeros del Viento, encargados de entregar de la forma más rápida y segura cartas y paquetes que a diario eran dejados en los cuarteles de los mensajeros, pero a ella le tocó un mensaje de la mayor importancia.
-Ten –le dijo su capitán antes de que partiera- es de extremada importancia y debe ser entregado a más tardar en dos días, pero si es posible mucho antes.
Así que la mensajera salió de su cuartel rápida como el viento e imparable como la tempestad.
Hacía más de dos horas que dejó atrás su ciudad y se encontraba completamente sola, como únicos testigos de su viaje el Sol y las nubes y ese gran cielo azulado que mediante su belleza infundía ánimo a la valiente mensajera.
Ahora cabalgaba sobre un gran campo de nubes, ni en el sueño más fantasioso se podía representar este escenario que era a la vez bello y sobrecogedor; bello al estar corriendo entre formaciones blancas de algodón que a veces representaban las más pintorescas figuras, sobrecogedor porque algunas nubes se acumulaban en formaciones tan grandes como edificios o incluso más; como cabalgaba en línea recta de vez en cuando atravesaba alguna nube que se encontraba en su camino que le producía una extraña sensación, penetrar una pared blanca efímera y estar unos momentos rodeada de esta pared era parte de ese sueño que ella vivía despierta y cuando salía a lo despejado era recibida por los rayos de sol, una de las buenas cosas de ser un Mensajero del Viento. Para no perderse consultaba de vez en cuando una brújula especial que tenía una flecha que no apuntaba al Norte sino hacia su destino.
Pero no siempre era todo tan ideal, a pesar de estar en un paisaje tan tranquilo siempre había peligros al acecho como tres columnas de humo negro que se acercaba a ella rápidamente, además del humo escuchaba el rugido de motores y el griterío de salvajes.
-¡Piratas! –exclamó la viajera.
Tres naves grandes salieron de entre las nubes rápidas como flechas; de forma triangular estaban pintadas de negro con los bordes de color rojo y un emblema que representaba a un ave de rapiña, estos eran los “Fragatas Negros”, una de las bandas de piratas más temidas y cuyo principal objetivo eran los mensajeros, especialmente si iban solos.
-¡Atención a estribor! –gritó una voz desde la cubierta de la nave líder.
-¡Sí, la hemos visto! –respondió otra voz en la misma nave.
-Pajarracos, tenemos una presa muy valiosa, es una joven bonita, ¡además de los que pueda estar transportando! ¡A ella Fragatas! –dijo el jefe del grupo.
Y como una manada de lobos se lanzaron sobre su presa, pero con lo que no contaban era que la mensajera ya ha tenido su experiencia con gente de tal calaña y semejantes vivencias le enseñaron cómo lidiar con ellos, así que siguió cabalgando mientras que volteaba de vez en cuando para ver qué tan cerca estaban, cuando notó que ya casi la alcanzaban y se disponían a dispararle apretó los mandos de su caballo que frenó de forma abrupta y los barcos la pasaron de largo, entonces rápidamente sacó un extraño cilindro plateado que llevaba en su espalda y tocando en ciertos lugares se convirtió en un potente mosquete de intrincado diseño; sin pensarlo dos veces apuntó a los motores de una nave y apretando el gatillo un haz de luz salió disparado impactando contra su objetivo, entonces los propulsores de la nave enemiga explotaron y la nave se precipitó al vacío dejando detrás de sí una larga estela negra.
Pero todavía quedaban dos naves más y estas ya habían virado para una segunda arremetida, la mensajera no podía repetir la acción de antes, se les podía engañar una vez pero no una segunda así que siguió corriendo con la esperanza de que alguna patrulla de los Albatros Galantes apareciera.
Ya habían pasado varios minutos de persecución y los piratas no mostraban signos de desistir, la perdida de sus compañeros era un asunto que no podía dejarse así nada más sin venganza, además de sufrir por la vergüenza de que una mujer había sido quien se anotó el primer tanto del enfrentamiento.
Cansados de perseguirla sin siquiera darle alcance se decidieron por matarla, sacaron sus negros y brillantes cañones y a la orden del capitán abrieron fuego despiadadamente sobre la mensajera, toda la artillería escupió esferas de una luz rojiza que al hacer contacto con las nubes estallaba amenazando con finalizar el viaje de la aventurera, pero ella tenía una montura muy ágil; cada vez que un disparo estaba a punto de darle el caballo saltaba, desaceleraba o aumentaba la velocidad e incluso se hundía por momentos entre las nubes, cualquier maniobra con tal de evitar los impactos.
Uno de los disparos estalló tan cerca de ella que casi la tira de su montura pero este percance le dio una idea, preparó de nuevo su arma y abrió fuego sobre el barco que tenía más cerca, aunque no le dio bastó para hacer enojar a los truhanes que la tripulaban. Entonces le dio una orden muy inusual a su caballo, dejarse caer, así que el animal mecánico suspendió la fuerza que le permitía correr en el viento y se sumergió entre la blancura de las nubes.
-¡Miren, desapareció! –gritó un pirata.
-¡Le dimos! –dijo otro.
-¡Estúpidos! –exclamó el capitán que comandaba en la nave insignia- ¡se no está escapando, Unidad Dos síguela!
Inmediatamente la unidad designada se precipitó en persecución de la fugitiva sumergiéndose entre las nubes. Por un instante mientras bajaba solo una blancura nubosa era lo único presente ante ellos, hasta que después de unos momentos les pareció notar una difusa figura justo enfrente de la nave y al acercarse más no les cupo la menor duda que habían alcanzado a su presa.
-¡Ahí está, es nuestra! –gritó uno de los piratas.
-¡Abran fuego! –ordenó otro más.
Una vez más las balas amenazaban con matar a la mensajera y ella hacía gala de sus mejores movimientos para evadir los disparos, pero ¿Por qué bajaba tan rápido? No se podía ver más allá de cuatro metros, y aunque la luz solar atravesara las nubes llegaba débil hasta esa profundidad, pero algo en el interior de la cabeza de la mensajera se había tramado.
Siguió esquivando los impactos y bajando, los piratas la seguían mientras intentaban darle pero su agilidad superaba a la puntería de los artilleros. Entonces la mensajera notó algo justo enfrente de ella, una sombra oscura que parecía compacta y firme, volteó atrás para ver donde estaba la nave pirata, miró de nuevo delante de ella y entonces esperó justo el momento exacto para realizar su plan algo que sus perseguidores ni siquiera sospechaban.
Repentinamente la mensajera cambió de dirección haciendo que su montura remontara vuelo rápidamente y la nave pirata la pasó de largo de nuevo pero esta vez ella no los atacó.
-¡Se nos va de nuevo! –dijo un pirata.
-Esta vez su treta no funcionará…
Pero el sonido de las palabras de los piratas fueron sustituidas por un terrible estruendo seguido de una explosión y una enorme bola de fuego, se habían estrellado contra la cima de alguna montaña que se encontraba escondida entre de las nubes.
-Falta una –dijo la mensajera regresando de nuevo hacia la superficie.
Mientras el capitán de la última nave estaba escudriñando el horizonte con su catalejo, volteaba la cabeza en todas direcciones como un ave rapaz buscando su presa, momentos antes había escuchado los disparos y una explosión, algo en su interior le decía que esa otra nave había sido destruida.
-¡Miren a estribor! –gritó uno de sus subordinados.
Cuando dirigió su aparato en la dirección indicada pudo ver a la mensajera que escapaba indemne pero de la otra nave pirata no había señas, furioso bajó el catalejo y gritó.
-¡Viren rápidamente hacia estribor y a toda velocidad, esa maldita no se nos escapa!
Y la última nave partió en persecución de la escurridiza mensajera.
Con solo una nave detrás de ella ahora tenía más oportunidades de escapar usando las algodonadas nubes a su alrededor. Por lo pronto siguió corriendo con la esperanza de que los piratas desistieran pero los Fragatas Negros no eran tan fáciles de perder, mucho menos si estaban arengados por la ira y el odio. Después de un rato de persecución la nave pirata sacó sus armas y abrió fuego sobre la mensajera, algunos hombres que no estaban en las piezas de artillería tomaron mosquetes de energía y comenzaron a dispararle; la situación empeoró para la heroína ya que los impactos de los cañones estallaban muy cerca y los disparos de los mosquetes volaban por todas partes, un solo error y ese hubiera sido su fin.
En un desesperado intento se metía entre las formaciones de nubes para perderlos o dificultarles los disparos, esto dio resultado ya que los disparos eran errados y a veces la perdían de vista pero el capitán es de aquellos que no descansan hasta haber alcanzado su objetivo.
-¡Sigan disparando! –gritaba con furia- ¡no la dejen escapar!
Después de varios minutos de persecución la mensajera consultó su brújula, la flecha roja parpadeaba con más intensidad dándole a entender que ya se encontraba cerca de su meta, ahora todo lo que necesitaba hacer era aguantar, seguir corriendo sin parar hasta que los vigías de la ciudad destino la vieran en problemas y dieran la alarma, entonces las fuerzas de seguridad acudirían en su ayuda.
Atravesó una nube que se encontraba frente a ella y cuando salió miró hacia atrás, los piratas frenaron bruscamente desistiendo de perseguirla, pero cuando regresó la vista al frente descubrió el por qué la dejaron de perseguir. Una gigantesca tormenta se alzaba en su camino; la deforme masa de nubes recordaba a un mítico monstruo de tiempos antiguos, una visión en verdad espantosa.
Tal espectáculo provocó que la mensajera se detuviera en seco al igual que los piratas, miró atentamente la tormenta notando que abarcaba varios kilómetros; imposible rodearla. Después volteó atrás y descubrió a los piratas que aun rondaban algo lejos de ella en espera de que se decidiera regresar; sacó nuevamente su brújula y verificándola vio que nada había cambiado, la flecha seguía parpadeando hacia la tormenta como si fuera una invitación de que se apresurara hacia la muerte, pero detrás de su obstáculo se encontraba su meta, la ciudad donde esperaban con impaciencia el mensaje que ella transportaba.
Guardó su brújula y miró atentamente al horizonte.
-La diosa de la victoria le sonríe a los valientes –dijo con voz firme.
Apretó los mandos de su caballo y a una orden suya el animal mecánico emprendió la carrera hacia la tormenta, ambos se dirigieron hacia el frente firmes y sin dudas, como aquellos que aceptan su destino afrontándolo con valor y orgullo.
-Se metió a la tormenta –dijo el capitán pirata mientras miraba por su catalejo.
-¿¡A la tormenta!? ¿Acaso está loca? –dijo un pirata que se encontraba a su lado.
-Puede que esté loca –respondió el capitán- pero cuentan que los Mensajeros del Viento son muy arrojados como ahora lo estamos viendo. -bajó el catalejo y dio una orden.
-Regresemos, nada podemos hacer, al menos hemos sido derrotados por un enemigo de altura.
Mientras la nave daba vuelta el capitán dio un último vistazo hacia la tormenta donde la vaga figura de la mensajera desaparecía engullida por las nubes; ya no había odio en el rostro del pirata sino respeto y cierta alegría por haber perseguido a alguien de tal calibre.
“Más te vale que salgas de ahí, porque quiero enfrentarte de nuevo, mensajera” fue su pensamiento antes de que la nave se alejara de la zona.
Los relámpagos reventaban en el aire, el viento rugía entre las negras nubes y la lluvia azotaba el cuerpo de la mensajera sin piedad como si la castigara por la osadía de desafiar a la tormenta, pero la chica resistía con valor los embates de los elementos, si logró evadir a los piratas ¿Por qué no desafiar una tormenta? Pero como ella estaba comprobando decir las cosas era muy diferente a hacerlas, tenía que mantenerse firme en su caballo. Tener bien agarrados los mandos para evitar que su montura se descontrolara, no por miedo ya que era una máquina, sino por algún golpe de viento que la pudiera tomar desprevenida y los peligros no estaban exentos de esta situación; un relámpago estalló cerca de ella lo que provocó que se sobresaltara y cayera de su asiento pero reaccionó rápidamente reacomodándose. No sabía que tan lejos estaba de la ciudad o cuanto tenía que seguir dentro de la tormenta, ni siquiera sabía que tan extensa era pero al ver que la lluvia le golpeaba la cara comprobó que iba en dirección contraria al viento, en otras palabras la tormenta se alejaba rápidamente de ella, pero al mismo tiempo el viento reducía la velocidad de su caballo además de que las gotas de lluvia le golpeaban más fuerte, pero tenía que resistir, el mensaje debía llegar a tiempo.
Por un momento parecía que la lluvia había parado pero fue sustituida por granizo, pequeños proyectiles de hielo que caían de todas partes golpeteando contra el armazón de su caballo mecánico, un impacto del granizo le estrello el lente del ojo derecho, el agua y el viento le irritaron la vista así que se tapó el ojo para bloquear los impactos lo mejor que pudiera. Sentía que el frio le raspaba la piel y penetraba en sus huesos, su cuerpo comenzó a tiritar en un intento de calentarse pero era en vano, a esas alturas y con esas condiciones la calidez era un bien inexistente.
-Al menos los relámpagos han parado –dijo ella la notar que ningún destello se presentaba.
Pareciera que la tormenta le respondió porque vio a su derecha un cercano relámpago y…No sintió nada, solo que comenzó a caer mientras los parpados se le cerraban de golpe.
Entonces despertó… no sabía que había pasado, solo que un rayo irrumpió en el aire y después escuchó el trueno. ¿Qué había sido de su caballo? No lo sabía, tal vez fue destruido por el impacto o seguía corriendo pero sin mensajera y ella sin montura no podía ir a ningún lado excepto hacia abajo. Nunca antes nadie se atrevió a descender más allá del límite de las nubes, no se sabía que había en las profundidades, pero tal vez la mensajera lo iba a averiguar y era seguro que le resultaría fatal.
Caía inexorablemente sin ninguna esperanza de salvación, la mochila donde transportaba el mensaje seguía con ella pero si iba a morir entregar la carta ya no tenía importancia.
“Bueno” –dijo en sus pensamientos- “hice lo que pude” y cerró los ojos como para sumergirse en su sueño eterno.
Cuando de pronto escuchó una especie de chirrido metálico de larga duración, lo escuchó una vez más y entonces miró hacia arriba, era el relinchar de su caballo; el animal mecánico se precipitaba también hacia abajo pero no caía, más bien intentaba alcanzar a su dueña. La esperanza renació en el corazón de la joven como un fuego en una caldera al ver a su montura de nuevo, así que hizo todo lo posible por reacomodarse en vuelo y estiró su brazo intentando alcanzar los mandos de control, al ver esta acción el animal aceleró más en un esfuerzo por salvarla ya que debajo de ellos la misma mancha negra que vieron los piratas aparecía ahora ante ellos como un peligro más, la cima de alguna montaña perdida entre las nubes.
La mensajera no dejaba de estirar el brazo, ya tenía muy cerca los mandos y en un último estirón logró alcanzarlos y rápidamente el caballo comenzó a elevarse; unos segundos más y los dos se estrellarían en las rocas pero no salieron indemnes, la mensajera sintió un agudo dolor en el talón izquierdo justo cuando ascendían.
Soportando el dolor montó de nuevo en su caballo y sacando su brújula comprobó su dirección, afortunadamente no se habían desviado mucho pero la tormenta no paraba y para empeorar las cosas había perdido sus lentes protectores, así que no le quedó de otra más que entrecerrar los ojos para aguantar la lluvia y siguió su camino.
-Un poco más –dijo para darse valor.
En la ciudad de Meriles, en la zona de los puertos un hombre se paseaba de acá para allá con notable preocupación, hacía más de dos días que esperaba un mensaje que podía significar la salvación de la Octava Flota que se encontraba luchando contra los Renegados, pero para poder salvarla era necesario saber su ubicación exacta.
El Capitán Armando Alafuerte era uno de esos militares que le gustaba más la acción que la espera, pero ahora no solo debía esperar sino que esa demora podría tener fatales consecuencias. La Octava Flota había zarpado con pocas unidades ya que solo iba de patrullaje, pero después la base naval de Mireles recibió un mensaje donde se le informaba que una flota de los Renegados había aparecido llevando más naves y mejor armamento, pero desgraciadamente habían perdido contacto con la Octava Flota así que el mensaje que fue enviado por la Inteligencia Naval era crucial para poder apoyar a sus camaradas. Aunque el coronel no era un hombre supersticioso –“No tengo tiempo para monsergas espirituales” decía despectivamente- pero la tormenta que recién había pasado significaba para él un obscuro designio.
-Pero que fresco está –dijo un oficial acercándose.
Era su primer oficial.
-Está todo húmedo y el lodo ensucia mis botas –fue la respuesta del coronel.
Sacó un cigarro y se lo ofreció a su oficial, los dos comenzaron a fumar; uno con ansiedad y el otro con resignación mientras miraban a la tormenta que se alejaba y las primeras estrellas salían.
-Maldita sea mi suerte –dijo el coronel con brusquedad- dos días aquí de inútiles y la Octava en algún lugar desangrándose, debimos haber zarpado sin esperar mensaje alguno.
-Pero era necesario saber la ubicación exacta de nuestra flota perdida –respondió el primer oficial.
-¡No importa! –exclamó el coronel- ¡podríamos habernos adentrado en el mar de nubes y buscaríamos las luces de las explosiones o escuchar los estruendos de las explociones! Eso es mucho mejor que estar aquí sentados.
-Bueno señor, eso es cierto, pero si no recibíamos el mensaje nuestro deber era patrullar los caminos, para mantener a raya a los piratas.
-Eso es trabajo de los Albatros Galantes –dijo frunciendo el ceño el coronel.
-Si pero como no les pagan bien no les preocupa hacer su trabajo como se debe.
-Esos malditos son lo mismo que piratas, ¡no se comparan con un soldado de verdad!
El coronel había arrojado la colilla de su cigarro y encendió otro, los nervios lo convertían en una máquina de aspirar humo.
Entonces inesperadamente una figura apareció procedente de las nubes sorprendiendo a los dos hombres, una joven montada en un caballo mecánico, estaba completamente empapada y tiritaba de frio, su montura echaba vapor por los orificios de la nariz y por las orejas, cada articulación emitía un estridente rechinido dando a entender que necesitaba mantenimiento urgente.
La Mensajera se había detenido y se mantenía encorvada por el cansancio pero cuando notó que alguien la observaba se enderezó recuperando su dignidad, miró a los espectadores mientras su cabello goteaba como una esponja.
-Busco… busco… -tartamudeo- al capitán Alafuerte.
El capitán arrojó su cigarro recién encendido y dijo.
-Yo soy a quien buscas.
La joven inmediatamente metió su mano en la mochila y sacó de ella una carta rectangular con un sello rojo, acto seguido se la entregó al capitán con mano temblorosa. El aludido tomó la carta y rompió el sello, desdobló el papel y leyó con prisa el mensaje.
-¡Por las negras nubes! –exclamó el capitán- ¡Primer oficial!
-¡Si señor!
-¡Ordene a nuestra flota que zarparemos inmediatamente, no hay tiempo que perder!
-¡A la orden capitán!
Y los dos se alejaron apresuradamente dejando sola a la mensajera.
Misión cumplida, la carta había sido entregada, ahora la lucha era asunto de otros mientras que ella ahora tenía otra cosa en mente que era descansar. Desmontó de su caballo pero cuando pisó el suelo un repentino dolor le recordó que ella estaba herida, además notó que unas de las patas de su montura mostraban daño, así que gentilmente lo tomó de los controles y lo condujo despacio por el puerto; afortunadamente para ellos cada ciudad tenía su cuartel de mensajeros y Mireles no era la excepción, es más el cuartel se encontraba en el puerto y el vigía la había visto llegar así que varias personas acudieron a su encuentro llevando una carreta de metal que flotaba en el aire, metieron al caballo en la carreta y se lo llevaron a los hangares del cuartel mientras que ella siguió caminando despacio a causa de su talón lastimado y frotándose los brazos.
Al llegar al cuartel dio su nombre y número de identificación, entonces le asignaron un camarote donde podía descansar de su aventura. Llegó a su camarote, se quitó su uniforme y sin más preámbulos se dejó caer en la cama sumiéndose en un profundo sueño.
Al otro día ya se encontraba completamente repuesta -le habían colocado un vendaje en el talón- además de que su caballo mecánico también ya estaba listo, así que después de anunciar que regresaba a su ciudad de origen montó en su caballo y se dispuso a irse.
-¿Ya te vas tan pronto? –le dijo un guardia del puerto- ¡pero si llegaste anoche!
-Así es, pero ya estoy mejor y debo regresar a mi cuartel a esperar nuevas órdenes -fue la respuesta.
-Ustedes los mensajeros sí que tienen prisa –dijo el guardia cruzando los brazos.
-Es que nosotros somos como el viento, nunca nos detenemos.
Y tomando los mandos de control ordenó a su caballo que emprendiera el vuelo y los dos se alejaron del puerto de Mireles.
Mientras tanto en otro lugar el capitán Alafuerte al mando de su flota combatían contra lo que quedaba de los Renegados, gracias a la pronta llegada de la mensajera supieron las coordenadas exactas de la Octava Flota y cuando llegaron al lugar afortunadamente aún existía pero con grandes apuros. Con la llegada de los refuerzos la situación cambió y la flota enemiga fue repelida rápidamente hasta que solo quedaban algunos remanentes de los cuales algunos ya se estaban rindiendo.
-Buena cacería –dijo el primer oficial al capitán.
Ambos se encontraban en el puente de mando de la nave insignia Relámpago de Fuego.
-Efectivamente oficial, efectivamente –respondió el capitán- tardamos un día más y solo encontraríamos cadáveres.
-Me sorprende que esa mensajera atravesara la tormenta para entregarnos la carta.
-¡Por la nubes tiene razón! –exclamó el capitán mirando a su primer oficial- ¡y nosotros la dejamos ahí en ese puerto como si nada! Malditos malagradecidos que somos, cuando regresemos hay que investigar su nombre y gratificarle de la manera que se merece, esos truhanes de los Albatros Galantes tiene algo que aprender de ella.
-Bueno –dijo el oficial- los mensajeros son conocidos por ser muy aguerridos.
-Pero ella no era una mensajera cualquiera –dijo el capitán mirando al frente de nuevo.
-¿No?
-Era una Mensajera del Viento –dijo el capitán con voz profunda.
Y mientras ellos platicaban la mensajera se dirigía hacia otra misión, cabalgando con los rayos del Sol sobre ella y el cielo fundiéndose con las nubes en el horizonte, después de sobrevivir a los piratas y a una tormenta ahora estaba plenamente convencida de algo: que debía ser rápida como el viento e imparable como una tormenta, porque la victoria es de los valientes.