La
vida de pueblo es tranquila, sin las preocupaciones de la vida de ciudad. Pero
no porque vivas en el campo quiere decir que no haya peligros, en especial los
que tienen que ver con las leyendas que se cuentan de ciertos lugares.
¿Alguna
vez has visto ese frondoso bosque que rodea a mi pueblo natal? Con sus árboles
grandes y verdes; pinos, robles y demás seres vegetales que típicos de un
bosque. Pero lo que estoy a punto de contar no tiene nada que ver con árboles,
sino con quienes viven entre ellos, y con los que es mejor evitar a toda costa.
Se
cuenta de un niño que se llamaba Carlitos que vivía en mi pueblo hace tiempo
atrás. Era un niño normal que hacia cosas de niños de su edad: jugar, ir a la
escuela, comer dulces, hacer berrinches... y cosas como esas. Carlitos era un
niño común, pero no era feliz, porque en su casa reinaba la desdicha.
Por
azares del destino el pobre niño fue hijo de un matrimonio nada estable; un
padre ebrio, cruel y machista, tanto que al parecer brindarle amor y cariño a
alguien estaba por debajo de su dignidad, aunque fuera su propia familia. Su
madre solo era la victima constante de los maltratos de su marido, incapaz de
hacer algo por ella o por Carlitos. Así que los golpes, gritos y peleas eran
cosa de todos los días, y el pobre niño solo deseaba que su miseria acabara, de
cualquier forma. Así que cuando su padre estaba tan briago que no podía ni
levantarse Carlitos salía corriendo hacia el río cercano al bosque, para jugar
y olvidarse de su tristeza aunque sea por un rato.
El
bosque, un lugar a la vez admirado y temido, más por lo que se contaba de él.
Desde tiempos antiguos se contaban muchas cosas de este lugar; si entrabas en
él no debías ir solo, y si ibas solo no debías pasar la noche ahí, máximo
debías salir en la tarde, cuando el sol aún esté en el cielo. Si veías niños
jugando o si uno de ellos te hacia señas no debías hacerles caso por nada del
mundo, solo sigue tu camino y no voltees a verlos, y si sientes que te están
siguiendo entonces sal inmediatamente del bosque, deja lo que sea que estés
haciendo y huye, porque podrías ser su próxima víctima.
Con
el paso de los años estos rumores se hicieron leyenda, perdiendo su influencia
hasta que solo eran visto como cuentos. Pero aun así, por mucho que algunos
pueblerinos quieran hacerse los escépticos, siempre volteaban a ver con cierta
precaución al bosque, y curiosamente, nadie pasaba la noche en el bosque ya que
en realidad algunas personas han desaparecido cuando hicieron caso omiso de estas advertencias.
Por
supuesto que Carlitos había escuchado estas historias, y siendo niño le daba
miedo cada vez que escuchaba que escuchaba que alguien había desaparecido en el
bosque, o cuando moría alguien ahí. Pero lo que le daba más miedo era regresar
a su casa, donde solo encontraría rabia y dolor, sin nadie a quien acudir.
Mientras
jugaba en el río se encontró con alguien, una niña quien por toda indumentaria
solo portaba un sencillo vestido e iba descalza. Por un momento se sorprendió
al ver a alguien más, pero cuando la niña lo saludo con una sonrisa de oreja a
oreja con toda la dulzura del mundo, se sintió muy contento al encontrar a una
posible compañera de juegos.
El
rato que pasaron jugando fue una de las pocas alegrías que Carlitos había
tenido en su vida, pero cuando vio que el sol se estaba poniendo se despidió de
su amiguita con pesar prometiéndole que al otro día se volverían a ver. La
chiquilla por toda respuesta sonrió mientras cerraba los ojos e hizo una señal
afirmativa con la cabeza.
Carlitos
hecho a correr mientras se dirigía a su casa, esperando que su padre no
estallara en ira al saber que el niño había salido de la casa sin su permiso.
Pero para suerte de Carlitos el alcohol pudo más y el hombre seguía tirado en
el sillón de la sala cuando llegó a su casa. En la tarde del otro día llegó
corriendo a la ribera del río donde encontró de nuevo a su amiga. Una vez más
otro día de juegos, y unas horas de alegría.
Mientras
jugaban Carlitos se dio cuenta que la niña casi no hablaba, solo se comunicaba
con gestos y a veces quería llevarlo a jugar al bosque, pero Carlitos se negaba
por miedo a las historias que se contaban de él. Una vez le pregunto en donde
vivía, quienes eran sus papás, si tenía hermanos u otros parientes; pero
siempre le respondía señalando al bosque.
-¿Cómo
te llamas amiguita? –le preguntó Carlitos.
Pero
cuando la niña le respondió parecía que solo dijo susurros y otros ruidos
raros. Carlitos se lo tomó a broma y siguieron jugando como si nada.
Un
día, cuando llegaba a su casa de la escuela, fue recibido con los gritos y
groserías comunes de su familia. Por alguna razón su padre estaba más enojado de lo normal y se estaba peleando con du
madre. Carlitos no les hizo caso y se fue a su cuarto, dejando a los dos con
sus gritos de locos. Pero cuando quiso salir a jugar al rio su padre le dijo
que no tenía permiso de salir a ningún lugar y que mejor se largara a ayudarle
en el trabajo.
Ese
día sería el más triste para el pobre niño. Gran parte de la tarde se la pasó
en un trabajo que odia, ya que su padre lo obliga a realizar tareas que no son
aptas para un niño de su edad y por ello terminó cansadísimo.
Carlitos
había salido de bañarse y se dirigía a la cocina para cenar algo cuando escuchó
un ruido muy fuerte. Presuroso llego corriendo y vio como su padre estaba sobre
su madre con las manos apretándole el cuello. Todo el odio que el hombre
almacenaba en su ser, se concentró en sus manos, las cuales atenazaban el
cuello de la mujer y que no la soltarían hasta que ella hubiera muerto. Ella
agitaba las manos y los pies con la esperanza de quitárselo de encima, pero él
era más pesado y estaba determinado a matarla a como de lugar. Carlitos solo
fue un espectador horrorizado de esta
parte de la bestialidad humana. Su pobre madre solo emanaba ronquidos
ininteligibles en un inútil esfuerzo por pedir ayuda o pedir clemencia. Con las
fuerzas que tenía arañó la cara de su asesino, rasgándole la piel pero de forma
muy superficial. Todo terminó, no de forma rápida pero terminó y Carlitos salió
corriendo por su vida.
Sabía
que ya no podría regresar a su casa, no después de lo que había visto, y su
miedo aumentó cuando escuchó pasos detrás de él y una voz ronca que le ordenaba
que se detuviera.
Llegó
al rio y como pudo lo atravesó hasta llegar al otro lado e internarse donde no
debía cuando ya era de noche, el bosque. Corrió y corrió, haciendo caso omiso
de las ramas que le pegaban en la cara. Por fin el cansancio y el terror
hicieron que se detuviera a descansar. Las lágrimas corrían por su cara justo
como el agua cae de las nubes, y sus gemidos hicieron eco en el bosque.
Entonces Carlitos recuperó la cordura y se dio cuenta donde estaba. La
oscuridad y soledad del bosque comenzaban a hacerle mella en su ánimo, aumentando
el miedo que ya traía.
Sonidos
raros, una oscuridad perpetua y figuras tétricas lo rodeaban. “Nunca vayas solo
al bosque, nunca pases la noche ahí”. Él estaba solo y en plena noche en el
bosque, porque no tenía a donde ir. Entonces oyó pasos, muy temeroso miró a
todos lados, intentando adivinar de dónde provenía ese ruido, ¿sería su padre
que llegaba para matarlo también?, ¿o era algo más? De repente, entre las
sombras se dibujó una figura que se acercaba poco a poco a él. El miedo se
apoderó de Carlitos mientras veía esta aparición aproximarse lentamente. El
pobre niño solo esperaba lo peor, creía que una figura grande y furiosa lo iba
a matar como a su madre, apretándole el cuello mientras sentía como su vida se
apagaba poco a poco hasta que solo habría oscuridad. Cuando la figura se
acercó, el miedo de Carlitos se tornó en alivio y sorpresa; era su amiguita, la
niña.
Instintivamente
el niño corrió hacia ella y la abrazó.
-¿¡Que
voy a hacer!? ¡Tengo miedo! –gimió el pobre Carlitos mientras lloraba en el
cuello de su amiga.
-¿Qué tienes? -le preguntó ella.
Su
voz se escuchaba rara. Las pocas veces que había hablado su voz parecía la de
una niña normal, pero ahora era diferente; sonaba como un susurro profundo.
-¡Mi
papá me va a matar! –comenzó a gritar Carlitos- ¡vi algo feo que él estaba
haciendo y ahora me va a matar!
La
niña lo miró de una forma especial cuando le dijo eso. Su mirada se tornó más
ladina y malvada.
-Ven
–le dijo mientras extendía su mano- ven conmigo al bosque, vive entre nosotros,
serás libre como el viento, nadie te hará daño aquí, el bosque te cuidará como
una madre y tú serás uno más de sus hijos.
Alguien
había entrado al bosque. Le seguía el rastro a ese niño que tanto lo molestaba
y que ahora había visto de más. No sería muy difícil encontrarlo; un niño que
corre por su vida deja un montón de rastros. Para hacer la faena un poco más
discreta, traía consigo un grueso leño, con tres golpes bien dados en la cabeza
sería más que suficiente.
Se
cansó de su madre y por eso le dio su merecido, y el niño ni siquiera era su
hijo; cuando se casó su mujer ya estaba encinta de su difunto esposo, por eso
nunca lo trató como suyo, y ahora iba a morir.
Y
justo como él pensaba lo encontró, de espaldas y quietecito como debe ser. El
hombre levantó su arma homicida para dejarla caer sobre Carlitos cuando el niño
corrió y se escondió entre la maleza. Su padrastro muy molesto dijo una
maldición y avanzó lentamente, clavando su mirada entre los arbustos para
avistar cualquier ligero movimiento. De pronto el hombre cayó al suelo. Que
extraño, sintió que su pie se atoró con alguna rama o raíz, pero cuando observó
el suelo no vio nada, solo pasto y unas que otras piedras.
Se
levantó y tomó su leño cuando vio movimiento en unos arbustos cercanos. Se
acercó lentamente y levantó su arma... rápidamente se abalanzó sobre su presa y
descargo varios golpes.
Jadeaba
muy fuerte, ya sea por el esfuerzo que hizo, o por haber matado a dos personas
en un mismo día. Su cara no mostraba expresión alguna, pero sus ojos
centelleaban victoriosos. Metió la mano entre los matorrales buscando el cuerpo
del niño... cuando lanzó un terrible grito que se oyó por todo el bosque.
Forcejaba con algo que se negaba a soltar su mano, así que rápidamente descargó
otro golpe con su leño sobre el arbusto y logró sacar su mano, solo para notar
que le faltaba un dedo. Donde debía estar el índice había una sangrienta
herida, dejando ver parte de la carne y el hueso donde estaba unido.
Inmediatamente escuchó una risa infantil detrás de él y cuando volteó a ver vio
a Carlitos mirándolo fijamente. De pronto el niño comenzó a reír descontroladamente;
una risa maniática que sacudía su cuerpo, incluso Carlitos trataba de detener
esta risa apretando su boca con las manos pero le resultaba imposible.
-¡No
puedo parar de reír! –decía entre risas- ¡no sé por qué pero algo me hicieron!
¡Yo...!
Y
soltó otra carcajada más que rompió el silencio del bosque, la cual fue
respondida por otras risas lunáticas; todas ellas estallaron alrededor del
aterrorizado homicida. Nunca creyó en los estúpidos cuentos acerca del bosque,
pensaba que solo eran relatos de pueblerinos tontos, pero muy tarde se dio
cuenta que no era así.
Carlitos
dejó de reír y observó fijamente a su padrastro, el cual se horrorizó por lo
que vio. Los ojos del niño estaban completamente rojos de sangre y su boca era
una enorme sonrisa macabra donde asomaban unos dientes filosos.
Comenzó
a caminar hacia su padrastro pero el hombre inmediatamente dio la vuelta y
comenzó a correr, pero cayó de nuevo y casi al mismo tiempo alguien comenzó a
golpearlo con un palo. Se dio la vuelta y vio a una niña con la misma expresión
malvada que la de Carlitos, la cara de un ente malvado, mucho más siniestro que
un homicida cualquiera.
Lo
golpeaba con todas sus fuerzas mientras se reía como si en verdad disfrutara lo
que estaba haciendo. Pero no solo la niña los disfrutaba, en todo el bosque se
desató una tempestad de risas mientras pequeñas figuras salían de todas partes;
árboles, arbustos, huecos en el suelo... aparecieron centenares de ojos rojos
que eran espectadores de la golpiza que le daban al infortunado hombre.
La
niña dejó de golpearlo, pero el ser que antes fue Carlitos se acercó a él. Ya
no sonreía ni mostraba los dientes carnívoros, pero lo miraba fijamente como si
lo estuviera juzgando.
-¿Y
ahora quien tiene miedo? –dijo la criatura con un tono de voz de ultratumba. Y
sin darle tiempo para otra cosa, se lanzó sobre su padrastro y comenzó a
arañarlo; la niña también se unió. En la negrura de la noche, unos gritos de
terror se mezclaron con risas malvadas.
A
la mañana siguiente, alguien que pasaba cerca del río vio a un hombre
arrastrase en la rivera. Cuando fue a socorrerlo reconoció quien era, pero lo
que lo dejó helado de miedo era su estado: su ropa completamente desgarrada,
toda su piel estaba llena de rasguños profundos como si lo hubiera atacado algún
animal y la cara llena de moretones. La persona que lo rescató vio hacia el
bosque mientras temblaba de miedo.
El
padrastro de Carlitos sanó de cuerpo, pero no de mente; quedó destrozada por el
resto de su vida, tanto que fue internado en un manicomio. Todos los días y
todas la horas movía frenéticamente las manos tratando de cubrirse la cara y el
cuerpo mientras susurraba, “¡no, aléjense!, ¡váyanse!”
De
Carlitos ya no se supo nada, bueno, en
verdad sí se sabía que pasó, pero nadie quería hablar de eso. De las pocas
palabras coherentes que dijo su padrastro, ese niño ya era otro hijo del
bosque.
Por
eso, cuando vayas caminando cerca del bosque y veas niños jugando y de repente
te llamen, no les hagas caso; sigue tu camino, ignóralos. Tampoco entres al bosque
solo, y si vas solo sal de él antes de que anochezca, porque los del bosque
siempre estarán ahí... para hacerte saber lo que es el miedo.