lunes, 11 de noviembre de 2019

Los del bosque - cuento de terror.


La vida de pueblo es tranquila, sin las preocupaciones de la vida de ciudad. Pero no porque vivas en el campo quiere decir que no haya peligros, en especial los que tienen que ver con las leyendas que se cuentan de ciertos lugares. 

¿Alguna vez has visto ese frondoso bosque que rodea a mi pueblo natal? Con sus árboles grandes y verdes; pinos, robles y demás seres vegetales que típicos de un bosque. Pero lo que estoy a punto de contar no tiene nada que ver con árboles, sino con quienes viven entre ellos, y con los que es mejor evitar a toda costa.

Se cuenta de un niño que se llamaba Carlitos que vivía en mi pueblo hace tiempo atrás. Era un niño normal que hacia cosas de niños de su edad: jugar, ir a la escuela, comer dulces, hacer berrinches... y cosas como esas. Carlitos era un niño común, pero no era feliz, porque en su casa reinaba la desdicha.

Por azares del destino el pobre niño fue hijo de un matrimonio nada estable; un padre ebrio, cruel y machista, tanto que al parecer brindarle amor y cariño a alguien estaba por debajo de su dignidad, aunque fuera su propia familia. Su madre solo era la victima constante de los maltratos de su marido, incapaz de hacer algo por ella o por Carlitos. Así que los golpes, gritos y peleas eran cosa de todos los días, y el pobre niño solo deseaba que su miseria acabara, de cualquier forma. Así que cuando su padre estaba tan briago que no podía ni levantarse Carlitos salía corriendo hacia el río cercano al bosque, para jugar y olvidarse de su tristeza aunque sea por un rato.

El bosque, un lugar a la vez admirado y temido, más por lo que se contaba de él. Desde tiempos antiguos se contaban muchas cosas de este lugar; si entrabas en él no debías ir solo, y si ibas solo no debías pasar la noche ahí, máximo debías salir en la tarde, cuando el sol aún esté en el cielo. Si veías niños jugando o si uno de ellos te hacia señas no debías hacerles caso por nada del mundo, solo sigue tu camino y no voltees a verlos, y si sientes que te están siguiendo entonces sal inmediatamente del bosque, deja lo que sea que estés haciendo y huye, porque podrías ser su próxima víctima.

Con el paso de los años estos rumores se hicieron leyenda, perdiendo su influencia hasta que solo eran visto como cuentos. Pero aun así, por mucho que algunos pueblerinos quieran hacerse los escépticos, siempre volteaban a ver con cierta precaución al bosque, y curiosamente, nadie pasaba la noche en el bosque ya que en realidad algunas personas han desaparecido cuando hicieron  caso omiso de estas advertencias.

Por supuesto que Carlitos había escuchado estas historias, y siendo niño le daba miedo cada vez que escuchaba que escuchaba que alguien había desaparecido en el bosque, o cuando moría alguien ahí. Pero lo que le daba más miedo era regresar a su casa, donde solo encontraría rabia y dolor, sin nadie a quien acudir. 

Mientras jugaba en el río se encontró con alguien, una niña quien por toda indumentaria solo portaba un sencillo vestido e iba descalza. Por un momento se sorprendió al ver a alguien más, pero cuando la niña lo saludo con una sonrisa de oreja a oreja con toda la dulzura del mundo, se sintió muy contento al encontrar a una posible compañera de juegos.

El rato que pasaron jugando fue una de las pocas alegrías que Carlitos había tenido en su vida, pero cuando vio que el sol se estaba poniendo se despidió de su amiguita con pesar prometiéndole que al otro día se volverían a ver. La chiquilla por toda respuesta sonrió mientras cerraba los ojos e hizo una señal afirmativa con la cabeza. 

Carlitos hecho a correr mientras se dirigía a su casa, esperando que su padre no estallara en ira al saber que el niño había salido de la casa sin su permiso. Pero para suerte de Carlitos el alcohol pudo más y el hombre seguía tirado en el sillón de la sala cuando llegó a su casa. En la tarde del otro día llegó corriendo a la ribera del río donde encontró de nuevo a su amiga. Una vez más otro día de juegos, y unas horas de alegría.

Mientras jugaban Carlitos se dio cuenta que la niña casi no hablaba, solo se comunicaba con gestos y a veces quería llevarlo a jugar al bosque, pero Carlitos se negaba por miedo a las historias que se contaban de él. Una vez le pregunto en donde vivía, quienes eran sus papás, si tenía hermanos u otros parientes; pero siempre le respondía señalando al bosque.

-¿Cómo te llamas amiguita? –le preguntó Carlitos.

Pero cuando la niña le respondió parecía que solo dijo susurros y otros ruidos raros. Carlitos se lo tomó a broma y siguieron jugando como si nada.

Un día, cuando llegaba a su casa de la escuela, fue recibido con los gritos y groserías comunes de su familia. Por alguna razón su padre estaba más enojado  de lo normal y se estaba peleando con du madre. Carlitos no les hizo caso y se fue a su cuarto, dejando a los dos con sus gritos de locos. Pero cuando quiso salir a jugar al rio su padre le dijo que no tenía permiso de salir a ningún lugar y que mejor se largara a ayudarle en el trabajo.

Ese día sería el más triste para el pobre niño. Gran parte de la tarde se la pasó en un trabajo que odia, ya que su padre lo obliga a realizar tareas que no son aptas para un niño de su edad y por ello terminó cansadísimo. 

Carlitos había salido de bañarse y se dirigía a la cocina para cenar algo cuando escuchó un ruido muy fuerte. Presuroso llego corriendo y vio como su padre estaba sobre su madre con las manos apretándole el cuello. Todo el odio que el hombre almacenaba en su ser, se concentró en sus manos, las cuales atenazaban el cuello de la mujer y que no la soltarían hasta que ella hubiera muerto. Ella agitaba las manos y los pies con la esperanza de quitárselo de encima, pero él era más pesado y estaba determinado a matarla a como de lugar. Carlitos solo fue un espectador  horrorizado de esta parte de la bestialidad humana. Su pobre madre solo emanaba ronquidos ininteligibles en un inútil esfuerzo por pedir ayuda o pedir clemencia. Con las fuerzas que tenía arañó la cara de su asesino, rasgándole la piel pero de forma muy superficial. Todo terminó, no de forma rápida pero terminó y Carlitos salió corriendo por su vida.

Sabía que ya no podría regresar a su casa, no después de lo que había visto, y su miedo aumentó cuando escuchó pasos detrás de él y una voz ronca que le ordenaba que se detuviera.

Llegó al rio y como pudo lo atravesó hasta llegar al otro lado e internarse donde no debía cuando ya era de noche, el bosque. Corrió y corrió, haciendo caso omiso de las ramas que le pegaban en la cara. Por fin el cansancio y el terror hicieron que se detuviera a descansar. Las lágrimas corrían por su cara justo como el agua cae de las nubes, y sus gemidos hicieron eco en el bosque. Entonces Carlitos recuperó la cordura y se dio cuenta donde estaba. La oscuridad y soledad del bosque comenzaban a hacerle mella en su ánimo, aumentando el miedo que ya traía.

Sonidos raros, una oscuridad perpetua y figuras tétricas lo rodeaban. “Nunca vayas solo al bosque, nunca pases la noche ahí”. Él estaba solo y en plena noche en el bosque, porque no tenía a donde ir. Entonces oyó pasos, muy temeroso miró a todos lados, intentando adivinar de dónde provenía ese ruido, ¿sería su padre que llegaba para matarlo también?, ¿o era algo más? De repente, entre las sombras se dibujó una figura que se acercaba poco a poco a él. El miedo se apoderó de Carlitos mientras veía esta aparición aproximarse lentamente. El pobre niño solo esperaba lo peor, creía que una figura grande y furiosa lo iba a matar como a su madre, apretándole el cuello mientras sentía como su vida se apagaba poco a poco hasta que solo habría oscuridad. Cuando la figura se acercó, el miedo de Carlitos se tornó en alivio y sorpresa; era su amiguita, la niña.
Instintivamente el niño corrió hacia ella y la abrazó.

-¿¡Que voy a hacer!? ¡Tengo miedo! –gimió el pobre Carlitos mientras lloraba en el cuello de su amiga.

 -¿Qué tienes? -le preguntó ella.

Su voz se escuchaba rara. Las pocas veces que había hablado su voz parecía la de una niña normal, pero ahora era diferente; sonaba como un susurro profundo.

-¡Mi papá me va a matar! –comenzó a gritar Carlitos- ¡vi algo feo que él estaba haciendo y ahora me va a matar!

La niña lo miró de una forma especial cuando le dijo eso. Su mirada se tornó más ladina y malvada.

-Ven –le dijo mientras extendía su mano- ven conmigo al bosque, vive entre nosotros, serás libre como el viento, nadie te hará daño aquí, el bosque te cuidará como una madre y tú serás uno más de sus hijos.

Alguien había entrado al bosque. Le seguía el rastro a ese niño que tanto lo molestaba y que ahora había visto de más. No sería muy difícil encontrarlo; un niño que corre por su vida deja un montón de rastros. Para hacer la faena un poco más discreta, traía consigo un grueso leño, con tres golpes bien dados en la cabeza sería más que suficiente.

Se cansó de su madre y por eso le dio su merecido, y el niño ni siquiera era su hijo; cuando se casó su mujer ya estaba encinta de su difunto esposo, por eso nunca lo trató como suyo, y ahora iba a morir.

Y justo como él pensaba lo encontró, de espaldas y quietecito como debe ser. El hombre levantó su arma homicida para dejarla caer sobre Carlitos cuando el niño corrió y se escondió entre la maleza. Su padrastro muy molesto dijo una maldición y avanzó lentamente, clavando su mirada entre los arbustos para avistar cualquier ligero movimiento. De pronto el hombre cayó al suelo. Que extraño, sintió que su pie se atoró con alguna rama o raíz, pero cuando observó el suelo no vio nada, solo pasto y unas que otras piedras.

Se levantó y tomó su leño cuando vio movimiento en unos arbustos cercanos. Se acercó lentamente y levantó su arma... rápidamente se abalanzó sobre su presa y descargo varios golpes.
Jadeaba muy fuerte, ya sea por el esfuerzo que hizo, o por haber matado a dos personas en un mismo día. Su cara no mostraba expresión alguna, pero sus ojos centelleaban victoriosos. Metió la mano entre los matorrales buscando el cuerpo del niño... cuando lanzó un terrible grito que se oyó por todo el bosque. Forcejaba con algo que se negaba a soltar su mano, así que rápidamente descargó otro golpe con su leño sobre el arbusto y logró sacar su mano, solo para notar que le faltaba un dedo. Donde debía estar el índice había una sangrienta herida, dejando ver parte de la carne y el hueso donde estaba unido. Inmediatamente escuchó una risa infantil detrás de él y cuando volteó a ver vio a Carlitos mirándolo fijamente. De pronto el niño comenzó a reír descontroladamente; una risa maniática que sacudía su cuerpo, incluso Carlitos trataba de detener esta risa apretando su boca con las manos pero le resultaba imposible.

-¡No puedo parar de reír! –decía entre risas- ¡no sé por qué pero algo me hicieron! ¡Yo...!

Y soltó otra carcajada más que rompió el silencio del bosque, la cual fue respondida por otras risas lunáticas; todas ellas estallaron alrededor del aterrorizado homicida. Nunca creyó en los estúpidos cuentos acerca del bosque, pensaba que solo eran relatos de pueblerinos tontos, pero muy tarde se dio cuenta que no era así.

Carlitos dejó de reír y observó fijamente a su padrastro, el cual se horrorizó por lo que vio. Los ojos del niño estaban completamente rojos de sangre y su boca era una enorme sonrisa macabra donde asomaban unos dientes filosos. 

Comenzó a caminar hacia su padrastro pero el hombre inmediatamente dio la vuelta y comenzó a correr, pero cayó de nuevo y casi al mismo tiempo alguien comenzó a golpearlo con un palo. Se dio la vuelta y vio a una niña con la misma expresión malvada que la de Carlitos, la cara de un ente malvado, mucho más siniestro que un homicida cualquiera.

Lo golpeaba con todas sus fuerzas mientras se reía como si en verdad disfrutara lo que estaba haciendo. Pero no solo la niña los disfrutaba, en todo el bosque se desató una tempestad de risas mientras pequeñas figuras salían de todas partes; árboles, arbustos, huecos en el suelo... aparecieron centenares de ojos rojos que eran espectadores de la golpiza que le daban al infortunado hombre.

La niña dejó de golpearlo, pero el ser que antes fue Carlitos se acercó a él. Ya no sonreía ni mostraba los dientes carnívoros, pero lo miraba fijamente como si lo estuviera juzgando. 

-¿Y ahora quien tiene miedo? –dijo la criatura con un tono de voz de ultratumba. Y sin darle tiempo para otra cosa, se lanzó sobre su padrastro y comenzó a arañarlo; la niña también se unió. En la negrura de la noche, unos gritos de terror se mezclaron con risas malvadas.

A la mañana siguiente, alguien que pasaba cerca del río vio a un hombre arrastrase en la rivera. Cuando fue a socorrerlo reconoció quien era, pero lo que lo dejó helado de miedo era su estado: su ropa completamente desgarrada, toda su piel estaba llena de rasguños profundos como si lo hubiera atacado algún animal y la cara llena de moretones. La persona que lo rescató vio hacia el bosque mientras temblaba de miedo.

El padrastro de Carlitos sanó de cuerpo, pero no de mente; quedó destrozada por el resto de su vida, tanto que fue internado en un manicomio. Todos los días y todas la horas movía frenéticamente las manos tratando de cubrirse la cara y el cuerpo mientras susurraba, “¡no, aléjense!, ¡váyanse!”

De Carlitos  ya no se supo nada, bueno, en verdad sí se sabía que pasó, pero nadie quería hablar de eso. De las pocas palabras coherentes que dijo su padrastro, ese niño ya era otro hijo del bosque.
Por eso, cuando vayas caminando cerca del bosque y veas niños jugando y de repente te llamen, no les hagas caso; sigue tu camino, ignóralos. Tampoco entres al bosque solo, y si vas solo sal de él antes de que anochezca, porque los del bosque siempre estarán ahí... para hacerte saber lo que es el miedo.

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